Me encantan los juegos infantiles. En nuestra casa, los niños se pasan el día jugando al escondite o al pilla-pilla. Como contrapunto a la emoción de las persecuciones, en estos juegos suele haber un lugar designado para refugiarse que los niños conocen como «casa». Allí, están a salvo de sus acechadores. Este tipo de juegos primitivos me parecen un reflejo de lo que sucede a nuestro alrededor. Al fin y al cabo, la búsqueda de refugio es un instinto universal. Un puerto que acoge a un barco, la promesa infalible de una luz resplandeciente en el porche de una casa, el paisaje familiar de nuestro querido lugar de origen… Todo ello evoca una sensación de llegada que nos da tranquilidad. Y lo mismo ocurre en el mundo de la música.
Para muchos de nosotros, tocar un instrumento es algo más que lo que, desde fuera, parece un mero pasatiempo. Cuando tenemos una guitarra en las manos, nos transportamos temporalmente a una burbuja aislada de la tensión y el ajetreo del mundo exterior. En ese espacio musical, incluso podemos reflexionar mejor sobre hechos pasados y presentes. Esta idea de «casa» también impregna las propias estructuras musicales. En la escuela estudié la forma de la sonata clásica, en la que una melodía empieza en un marco estable, luego se va desarrollando y alejando de ese punto de referencia melódico y tonal, genera una tensión que va creciendo hasta llegar a un clímax y se acaba resolviendo musicalmente con una enorme sensación de alivio cuando la melodía vuelve a casa, a la tonalidad y la estructura temática de la que salió.
La idea de casa también puede ser la base sobre la que se fundamenta una comunidad. Esta palabra, «comunidad», se usa en muchos contextos y con múltiples acepciones. Hace poco, escuché decir que una comunidad es un lugar en el que una persona «aparece» o se presenta de forma recurrente. Y esta definición me parece correcta en muchos aspectos. Como comunidad de músicos, nos encanta aparecer y compartir nuestros espacios de seguridad musicales con los compañeros. Sin embargo, más allá de ese hecho de aparecer, hay ocasiones en las que una comunidad se construye alrededor no solo de un lugar, sino de un propósito compartido. Taylor Guitars es una de esas comunidades. A nivel superficial, nuestras fábricas y centros de trabajo son espacios en los que todos aparecemos. Ahí están nuestros talleres, herramientas, maderas y materiales. Cada uno de nosotros se presenta en esos lugares para llevar a cabo su tarea individual, pero nos une el propósito compartido de crear los instrumentos más expresivos que podamos para animar a los músicos a materializar su arte.
Cuando tenemos una guitarra en las manos, nos transportamos temporalmente a una burbuja aislada de la tensión y el ajetreo del mundo exterior.
Para mí, ahí hay un paralelismo con la guitarra en sí misma, puesto que es un instrumento formado por varias partes que «se presentan» en un mismo lugar. El fondo, la tapa, los aros, el puente, el mástil y el diapasón comparten un espacio y configuran una comunidad de componentes interactiva. Cada parte tiene su función individual y contribuye al éxito general de la guitarra. Todos los elementos tienen su propia forma y material, y ocupan un lugar único en el conjunto como piezas de un rompecabezas complejo. Sin embargo, cuando esos componentes se conectan, forman una comunidad unida en el propósito de emitir una voz que inspire a los músicos. Ese pequeño microcosmos da lugar a un resultado (un propósito) que va mucho más allá del simple ensamblaje de elementos: le da una sensación de «casa» a un guitarrista.
Otro aspecto implícito en un hogar es el sentido de permanencia. Nuestra comprensión colectiva del concepto de hogar incluye la idea de que es un lugar que siempre está ahí, inmutable y dándonos la bienvenida. Yo creo que esta es la razón del desconcierto que sentimos cuando volvemos a visitar la casa de nuestra infancia y la encontramos pintada de un color diferente al que recordábamos, o vemos que han retirado aquel listón que tenía marcadas las líneas de altura trazadas por nuestros padres a medida que íbamos creciendo.
Pero un hogar es más que un lugar físico: es un entorno que se adapta lenta y continuamente a las necesidades y acciones de la familia que lo habita, de la misma manera que una canción adquiere una nueva dimensión cada vez que se interpreta en directo y refleja un estado de ánimo en particular. Esta lenta metamorfosis es lo que permite que un hogar sea algo permanente: pervive en el tiempo sin caer nunca en un estado de abandono. Si se deja intacto e invariable, los estragos de la propia existencia erosionan todo lo que hace bueno a un hogar o una comunidad, y para reanimar su vitalidad acaba siendo necesaria una reforma total.
El fondo, la tapa, los aros, el puente, el mástil y el diapasón comparten un espacio y configuran una comunidad de componentes interactiva.
Un amigo mío tiene una guitarra muy antigua que le encanta. En cien años, ha pasado por tantas reparaciones, cambios y operaciones de mantenimiento que ya queda bien poco de la guitarra original, excepto la forma diseñada por su creador. Pero, aunque este instrumento está formado casi en su totalidad por componentes reemplazados y restaurados, sigue siendo tan relevante en un contexto musical como cuando fue construido. Me atrevería a decir que, si esta guitarra todavía ofrece una voz hermosa, útil e inspiradora, es gracias a la metamorfosis gradual que ha ido experimentando a lo largo de los años. Si la hubieran abandonado a su suerte, ya hace décadas que habría caído en un estado de lamentable desuso.
Haciendo una analogía, la sostenibilidad a largo plazo de esta comunidad a la que llamamos Taylor Guitars solo es posible a través de una metamorfosis lenta y deliberada. Después de varios años de planificación, hemos impulsado la transición hacia una estructura de empresa cuya propiedad pertenece a los empleados. A todos nos encanta este lugar y el trabajo que hacemos aquí. Nos sentimos en casa al cruzar estas puertas, reconocer esos olores familiares y escuchar los sonidos de la fabricación de guitarras. Gracias a esta estructura, la comunidad de Taylor ha encontrado un hogar que perdurará más allá de Kurt, Bob y yo mismo; un hogar que puede evolucionar y responder a las necesidades de la familia de empleados-propietarios que lo habitan y de los músicos que disfrutan de los instrumentos que a nosotros nos entusiasma crear. Aunque seguiremos amando nuestro trabajo cotidiano, las guitarras que hacemos ganan algo más de significado cada día que pasa, porque las construimos sabiendo que ofrecen un espacio de «casa» tanto a los músicos como a los artesanos.