Hay algo mágico en la forma en que el crepúsculo envuelve el cielo de los últimos días de verano. Cuando estoy con mi familia contemplando cómo flota una voluta de humo de una fogata en la fresca brisa nocturna mientras se funde con las notas que emanan de mi guitarra, no puedo evitar sentir una profunda gratitud por este hermosísimo bosque remoto y por la serena oscuridad que se aproxima. Los niños se caen de sueño después de haber estado todo el día nadando, caminando y pescando a una altitud elevada, y se les cierran los ojos mientras la luz se desvanece. Lo primero en que uno piensa cuando se imagina un concierto es un escenario con luces y un montón de público, pero las estrellas en una noche tranquila son una compañía igual de bienvenida. Hay música que se compuso para unir a mucha gente que no se conoce, pero otras piezas se escribieron para hacer converger los sueños de unas pocas personas. En ambos casos, un momento sin música parece incompleto.
En los últimos meses, ha habido pocos días en los que no acabase dándole vueltas a la cabeza después de pasar por una situación complicada o de oír hablar de algún problema. Giras musicales canceladas, cosechas malogradas, materiales que no llegaban y, lo peor, la tragedia de perder a un ser querido. Sin embargo, a pesar de estos golpes y decepciones, doy gracias por poder seguir construyendo guitarras. Las cosas pueden torcerse terriblemente, pero siempre quedará algo bueno que hacer. Cuando pensamos en todo lo que puede salir bien, las dificultades parecen flotar y difuminarse en el telón de fondo de un cielo nocturno.
En mis inicios en el mundo de la guitarra, me centraba únicamente en el instrumento y el músico. Era el contexto más amplio en el que podía pensar; la vida en el taller era una persecución diaria a la gran pregunta: ¿hasta qué punto se puede llegar a mejorar un instrumento? Y parece que la mejor respuesta sigue siendo la más pragmática: un poquito cada día. En Taylor, ese enfoque nunca ha dejado de crecer para incluir la promoción y gestión de operaciones forestales y la creación de un entorno inmejorable en que empleados de todas las procedencias puedan contribuir con su trabajo y disfrutar de las recompensas. Y todo ello manteniendo a la guitarra y al músico en el centro de los esfuerzos.
La vida de una guitarra no tiene por qué acabar con su primer propietario.
Andy Powers
En Taylor hablamos mucho de sostenibilidad para referirnos al uso responsable de los recursos, al propósito de dejar los bosques mejor que como los encontramos y a las formas de perfeccionar la producción cuidando nuestro impacto en el entorno. Tenemos la sensación de que la palabra «sostenible» se ha utilizado tanto que se ha desgastado y desvirtuado, así que intentamos utilizarla con cautela. Otra manera de decir lo mismo es que estamos comprometidos con la búsqueda de mejores estrategias para impulsar nuestro trabajo y aumentar los niveles de rendimiento. Como constructor de guitarras, se me ocurre que una de las decisiones más fundamentales que podemos tomar es la de hacer algo que tenga un valor intrínseco y duradero, algo que un músico quiera usar durante mucho tiempo. Yo lo veo así: una gran guitarra tiene una vida útil mucho más larga que la de la mayoría de las cosas en las que invertimos (coches, ordenadores y muchos otros objetos que podemos tener). La idea es que el instrumento esté hecho para satisfacer a un músico durante décadas antes de que pase a las manos de su sucesor. La vida de una guitarra no tiene por qué acabar con su primer propietario. Y la mejor manera de preservar los inestimables recursos y esfuerzos volcados en una guitarra es materializarlos en un instrumento que los músicos quieran seguir tocando a través de varias generaciones.
Muchos artistas se preguntan cómo pueden integrarse las tecnologías modernas en un instrumento acústico. Está claro que hay posibilidades muy interesantes, pero la realidad es que una guitarra acústica no se mueve necesariamente en la misma línea temporal que un producto construido con tecnología digital. Todos sabemos que las maravillas digitales del mundo moderno surgen y quedan obsoletas a un ritmo difícil de seguir. En cambio, una guitarra acústica ofrece al músico una voz que servirá para cantar canciones hoy, mañana y dentro de un siglo. De hecho, a todos nos encantan las virtudes de un instrumento antiguo que, como muchos de nosotros, ha tenido tiempo de madurar con sus experiencias para ofrecer una perspectiva más profunda y completa. Desde ese punto de vista, parece que la mejor aplicación de nuestras tecnologías modernas es ponerlas al servicio de la longevidad de un gran instrumento y del músico, en lugar de utilizar materiales que han crecido durante décadas o siglos para adaptarlos a la última tecnología pasajera.
Esto me hace pensar en varias herramientas antiguas que tengo en el taller. Mi tatarabuelo hizo una importante inversión para comprarlas. Durante el siglo pasado se mantuvieron en perfecto estado de funcionamiento, ya que estaban bien construidas, se consideró que eran utilizables y valiosas y, por lo tanto, se cuidaron con esmero. Ahora, mucho tiempo después, son tan precisas y útiles como el primer día. A veces me pregunto si los artesanos desconocidos que trabajaban en la empresa Starrett en aquel entonces se imaginaban que las herramientas que fabricaban durarían y serían apreciadas por tanto tiempo.
Una gran guitarra es duradera y ofrece al músico una satisfacción igualmente duradera. Y eso parece un buen punto de partida para aportar algo bueno a partir de lo que se nos ha confiado. Para mí, es un privilegio trabajar junto con los demás empleados-propietarios de Taylor Guitars para conformar una empresa más sostenible que mantenga nuestra cultura, nuestros bosques, nuestras guitarras y la música de todas las personas a las que servimos. Da igual si tocas pocas canciones para mucha gente o muchas canciones para pocos oyentes: espero que disfrutes de cada nota que se deslice hacia sus oídos antes de desaparecer en el cielo de la noche.