El 2020 fue un año de tremendos desafíos, especialmente en el ecosistema de la música. Este sector resultó ser particularmente vulnerable a una crisis que cerró los espacios públicos y obligó a la gente a quedarse en casa sin salir excepto para las necesidades esenciales. Esta situación traumática afectó a músicos de todo pelaje, ya que se cancelaron espectáculos, se pospusieron giras y se anularon festivales. Locales de todos los países cerraron sus puertas; lamentablemente, algunos lo hicieron por última vez, ya que no sobrevivieron a las consecuencias económicas de la pandemia. En el mundo exterior, parecía que la música simplemente había dejado de existir.
Pero en el escenario digital, la vida bullía. Los artistas se recluyeron en dormitorios, salas de estar, sótanos y apartamentos abarrotados. Y, tirando de orgullo y determinación, se pusieron a crear música buscando nuevas formas de compartirla con el mundo. Aunque los sellos discográficos eran reticentes a promocionar a nuevos artistas y las emisoras tampoco estaban muy predispuestas a radiar su música, siguieron escribiendo canciones, grabando discos y tocando para sus fans. El término «álbum pandémico» pasó a ser un lugar común en las reseñas de los críticos, sugiriendo una especie de cápsula del tiempo musical que probablemente será muy estudiada en los próximos años. Los artistas recurrieron a la tecnología para seguir ofreciendo música a sus seguidores: las redes sociales y las transmisiones en directo tomaron el lugar de las discográficas y las promotoras. Creadores de todos los niveles de popularidad se lanzaron a Instagram, Facebook y TikTok para compartir nuevos temas, hablar con los fans e incluso componer canciones en directo ante el público. Todo ello fue un testimonio tanto de la necesidad esencial de crear y escuchar música como de la capacidad de los artistas y oyentes para adaptarse sobre la marcha y crear nuevas vías para vivirla.
Los músicos se suben al tren del streaming
Remando contra corriente, los artistas empezaron a profundizar en sus conexiones con la comunidad musical para volver «a escena» sin poner en riesgo la salud pública. Esas apariciones, transmitidas a través de sitios web de músicos, redes sociales o plataformas dedicadas como StageIt, no solo sirvieron como fuente de ingresos tanto para el canal como para el artista en un momento de vacas flacas, sino que también ofrecieron música en directo a un público que la echaba de menos desesperadamente. Hace solo un par de años, este tipo de experiencia hubiera sido imposible. Y no a causa de la tecnología o la logística, sino simplemente porque nadie estaba dispuesto a pagar por un concierto que no era realmente en directo en el sentido de todo lo que el término implica para los amantes de la música: la proximidad de los intérpretes, la inmersión en el sonido y la sensación de vibrar y compartir esa energía junto con muchas otras personas tan metidas en la experiencia como uno mismo.
Pero si la gente empezó a pagar por los conciertos virtuales, no fue solo porque «lo bueno de verdad» se había perdido. El hecho fue que la naturaleza del streaming se adaptó a la nueva demanda no solo de música en directo en el mundo digital, sino también de conexión y sensación de comunidad en un momento en que la mayoría del público estaba atrapado en casa. En lugar de ofrecer actuaciones que bien podían haber sido grabadas previamente, los artistas empezaron a diseñar espectáculos que implicaban una aportación directa del público.
Los nombres ya reconocidos aprovecharon la lealtad de sus fans para programar citas semanales en las que tocaban canciones originales, versiones y peticiones de la audiencia, muchas veces con una nutrida dosis de comentarios de los músicos y conversaciones con los asistentes. La banda de rock alternativo Switchfoot, establecida en San Diego, fue una de las primeras en definir una fórmula de trabajo para ofrecer streaming en directo de pago. A través de su propuesta, llamada «The Fantastic NOT Travelling Music Show» («el fantástico espectáculo musical NO ambulante»), sus seguidores podían comprar entradas para asistir a transmisiones individuales una vez a la semana o abonar una tarifa mensual muy razonable para obtener acceso a todos los espectáculos (destaquemos que la banda hace un gran esfuerzo para que todos ellos sean frescos y entretenidos). Tim Foreman, bajista de Switchfoot, comenta que esta plataforma nació del doble propósito de continuar uniendo a la gente a través de la música y de apoyar al equipo de gira de la banda cuando los ingresos generados por los conciertos se evaporaron.
«Para nosotros, la música siempre ha sido el camino, incluso cuando no sabemos por dónde seguir», dice Foreman. «Así que no tengo palabras para explicar lo emocionante que fue el primer streaming en directo que hicimos en junio. Volver a tocar música con otras personas fue una sensación increíble».
Al parecer, todo el mundo sentía exactamente lo mismo. Muy pronto, las transmisiones en directo dejaron de ser una experiencia de visualización unidireccional para convertirse en un diálogo en el que los artistas podían interactuar directamente con los fans, responder preguntas, recibir peticiones de canciones y, en general, forjar un tipo de conexión con el público que no es posible con la música en directo tradicional. Foreman presiente que, aunque toda la banda y el mundo de la música en general está deseando volver a las «auténticas» actuaciones en directo, el streaming se convertirá en una modalidad habitual de la creación musical y la generación de audiencias.
«Creo que todos estamos de acuerdo en que el streaming no puede sustituir a la música en directo normal. Pero yo lo veo como un vehículo totalmente distinto que permite a los músicos crear una relación muy profunda con sus seguidores y despliega un abanico de oportunidades inaudito, especialmente a nivel internacional. Ahora tocamos en directo para gente de países que jamás hemos visitado, y yo estoy a solo unos kilómetros de mi casa. También hemos conocido a personas con problemas médicos que les impiden ir a conciertos, y esto les ha abierto las puertas a un mundo nuevo. Hay un sinfín de situaciones».
Los locales se ponen las pilas
La explosión del streaming en directo también ha ayudado a impulsar otras facetas de la industria de la música. Algunos locales físicos se subieron al carro digital y trabajaron junto con los artistas para crear escenarios semipermanentes con cámaras e iluminación para transmisiones en directo. Con este tipo de actuaciones, el público podía comprar entradas y sentir el entusiasmo de volver a ver música en directo, aunque fuera a través de un ordenador o una pantalla de televisión. Grandes recintos de todo el territorio de los Estados Unidos, como el Red Rocks Amphitheatre de Colorado o el Hollywood Bowl de Los Ángeles, hicieron lo que pudieron para ofrecer una programación virtual de conciertos de pop, obras sinfónicas y otras formas de entretenimiento a través de streaming en directo y con entrada.
Los locales más pequeños también se pusieron manos a la obra. El Belly Up Tavern, una popular sala de conciertos de San Diego (y lugar predilecto de muchos miembros del equipo de Taylor), invitó a su escenario a diversos artistas de renombre para mantener vivo el pulso musical de la ciudad ante un público virtual. Por ejemplo, se programaron actuaciones del artista de Taylor The White Buffalo y de Ziggy Marley, y se celebró el 50 cumpleaños de la leyenda local Steve Poltz, cuyo «Quarantine Blues» ha estado circulando por las redes sociales durante meses. En todo el planeta, parece que los locales han hecho suya la cita de Thoreau que lucía en la fachada del Belly Up a principios de este año: When I hear music, I fear no danger («cuando escucho música, no le tengo miedo a nada»).
Ese sentimiento pareció resonar entre todos los amantes de la música. Y en ningún lugar se manifestó tan claramente como en las redes sociales, donde los artistas encontraron la llave para abrir puertas que tradicionalmente habían estado cerradas. Las consecuencias de la pandemia arrojaron luz sobre el negocio de la música, revelando brechas en los métodos que utiliza la industria para encontrar y promover nuevos artistas y sacando a flote oportunidades de interacción con otros tipos de músicos, sobre todo jóvenes que han crecido compartiendo sus creaciones y sus vidas en las redes sociales. En definitiva, la pandemia no solo no ha limitado la aparición de nueva música, sino que en muchos sentidos ha actuado como una olla a presión para artistas emergentes que ya estaban en buena posición para capitalizar el salto al escenario digital.
La música se socializa
En este contexto, el espíritu de «Juan Palomo» del streaming en directo se extendió por todo el mundo. Para muchos artistas, esto supuso algo más que una solución provisional al problema de los locales cerrados, ya que abría una vía de acceso al negocio para gente que aún no estaba vinculada a la maquinaria de las discográficas.
Para la compositora de pop Emma McGann, el auge de la transmisión en directo en las redes sociales representó una reivindicación del trabajo que ya había hecho, y la aupó a lo más alto de esta nueva forma de promoción (descubre sus trucos en el recuadro lateral «Cómo niquelar un streaming profesional»). Otros artistas tuvieron la oportunidad de acumular y retener una base de fieles seguidores que antes habría sido impensable para la gran mayoría de músicos. Y, aunque hubo personas de todos los orígenes, edades y géneros que se apuntaron al streaming en directo, los que realmente la rompieron en las redes sociales fueron los jóvenes artistas emergentes.
Las formas que adoptan esas transmisiones son tan variadas como los propios músicos. Algunos de ellos optaron por una estructura parecida a una noche de micro abierto virtual con transmisiones de una o dos horas en YouTube o Twitch, el popular servicio de streaming de videojuegos. Otros recurrieron a un enfoque más conversacional en plataformas como Instagram y TikTok, que lo ponen más fácil para recibir comentarios del público en tiempo real y responder directamente a las peticiones o preguntas de los seguidores. Hubo músicos que exhibieron sus habilidades de improvisación satisfaciendo solicitudes de canciones en el momento, o que crearon un entorno colaborativo con los espectadores para proponer ideas de canciones o fragmentos de letras y trabajarlas junto con el público. Internet se llenó tanto de recién llegados como de veteranos de la industria que se volcaron en las redes sociales para impulsar sus carreras musicales. Algunos de ellos incluso se vieron catapultados al estrellato más allá de TikTok e Instagram.
Desde el inicio de la pandemia, la música ha adoptado muchas formas en las redes sociales y ha unido a la gente de maneras que nadie podría haber previsto hace apenas un año. En una esquina de TikTok, millones de personas quedaban cautivadas por cantantes y músicos que producían canciones de marineros (lo cual desencadenó una larga tendencia que ayudó a potenciar nuevas carreras). En otros lugares, grupos de melómanos se reunían para crear una versión musical totalmente en línea de la popular película de Pixar Ratatouille. Independientemente del producto final, la gente encontraba formas de seguir haciendo música lejos de los ensayos y las grabaciones en estudio. Por todas partes, las redes sociales rebosaban de demostraciones del poder de la música para conectar e inspirar a las personas en cualquier circunstancia.
Cómo niquelar un streaming profesional
En circunstancias normales, Emma McGann habría pasado el 2020 recorriendo los Estados Unidos, tocando en directo por todo el país y vendiendo merchandising en las mesas abarrotadas de los locales. Esta cantautora británica tenía que haber iniciado su gira en abril, pero el plan rápidamente se fue al garete debido a los confinamientos que asolaron los Estados Unidos y el resto del mundo en marzo del año pasado.
Afortunadamente, McGann ya contaba con recursos para crear y compartir música de formas alternativas, y llevaba años transmitiendo en directo desde su casa al norte de Londres. Gracias a esa experiencia, McGann se encontraba en una posición de privilegio cuando azotó la pandemia y todos los locales cerraron, ya que estaba mucho mejor preparada para reaccionar que la inmensa mayoría de profesionales de la música forzados a amoldarse a las redes sociales en cuestión de semanas.
McGann ha imaginado un espacio ideal para sus transmisiones en directo. Se trata de un estudio de filmación con un telón de fondo tropical y vívidos fluorescentes con una estética de neón retro que combina con su cabello heterocromático. La sala tiene una estética muy particular que aporta un ingrediente clave a la receta para un streaming de éxito: el reconocimiento. Con solo llegar a una de sus publicaciones en Instagram o vídeos en TikTok, inmediatamente sabrás que has entrado en su mundo, porque esas luces iridiscentes y el frondoso fondo vegetal son inconfundibles. Pero este es solo un elemento del espacio musicalmente idílico que McGann ha creado. Su guarida está equipada con equipos de cámara y grabación, una estación de audio digital y una guitarra (normalmente una Taylor) seleccionada por la artista para su actuación del día.
Actualmente hay muchos artistas que se están iniciando en el streaming en directo en las redes sociales, así que le pedimos a McGann que elaborara una miniguía sobre los conceptos básicos de la interpretación de música, la filmación de vídeos y la interacción con los fans a través de Internet. Mira el vídeo y averigua cómo una profesional experimentada creó su ecosistema musical perfecto.
La contribución de Taylor a la era de la pandemia
En Taylor, el deseo de seguir creando música fue una consecuencia natural de nuestro legado como fabricantes de guitarras, las relaciones con la comunidad artística en general y la humilde esperanza de que lo que hacemos desde nuestro rinconcito del mundo de la música podría ayudar a la gente a superar un momento difícil. Mientras avanzábamos como buenamente podíamos con lo que mejor sabemos hacer, contactamos con nuestra familia de artistas y creadores de contenido, y también acabamos aportando algo de música. El resultado fue «I Know What Love Is (Because of You)», una canción original escrita por Keith Goodwin y grabada por Gabriel O’Brien.
Goodwin, líder de la banda Good Old War, la había compuesto en memoria de su abuela fallecida durante la crisis de la COVID, y se alió con nuestro compañero Jay Parkin para convertir lo que entonces era el esqueleto de una canción en un single de altos vuelos. Sin embargo, después de redondear el tema y grabar varias pistas, los dos músicos se sintieron inspirados para ir más allá.
Con una canción ya terminada en la mano, Goodwin y Parkin hablaron con artistas de todo el mundo (intérpretes, cantantes, compositores e ingenieros de sonido relacionados con Taylor) en busca de colaboraciones para la grabación. Algunos de ellos añadieron nuevas partes de guitarra, teclados o bajo, y otros cantaron frases o hicieron coros. Al final, en el proyecto participaron más de 50 músicos (como Zac Brown, KT Tunstall o Jason Mraz, entre muchos otros) que enviaron cientos de pistas al ingeniero de sonido Gabriel O’Brien, colaborador habitual de Taylor y auténtico as de la grabación. Gracias a su heroico esfuerzo, el tema vio la luz en forma de single acompañado por un vídeo musical.
En el momento de la publicación de este artículo, «I Know What Love Is» llevaba más de 1 millón de escuchas en Spotify y cientos de miles en otros servicios. También ha sido reproducida por emisoras de radio de los Estados Unidos y ha aparecido en publicaciones como American Songwriter.
Para rematar, la canción ha recaudado miles de dólares para MusiCares, una organización asociada a la GRAMMY Foundation que ofrece ayuda básica a profesionales y familias que dependen de la industria de la música para ganarse la vida. MusiCares ha sido un apoyo esencial especialmente para las personas que hacen posible la creación e interpretación de música gracias a su trabajo entre bastidores en salas de conciertos, autobuses de gira y estudios de grabación. Las actividades de esta organización cubren mucho campo, desde la asistencia para necesidades vitales y pagos de alquiler hasta la atención psicológica y el asesoramiento sobre abuso de sustancias. Y, si Keith Goodwin estuvo tan implicado en la grabación de la canción y su posterior promoción, fue en parte porque MusiCares ha jugado un importante papel tanto para él como para personas muy próximas.
«MusiCares prácticamente les salvó la vida a algunos de mis mejores amigos apoyándoles en procesos de rehabilitación. Y, ahora, yo quiero ayudar a MusiCares en todo lo que pueda».
Para otros profesionales que participaron en el proyecto, como el superproductor Will Yip, la reanimación de la comunidad musical en sentido amplio también tenía que ver con mantener viva la música en momentos difíciles.
«Los artistas, los técnicos de gira, los ingenieros… todos necesitan ayuda, porque el mundo les necesita. El mundo necesita su arte. Estas iniciativas me hacen sentir inmensamente agradecido».
Hace poco, organizamos varias reuniones con Keith Goodwin y otros músicos que participaron en la creación de la canción. Todos ellos compartieron versiones en crudo de «I Know What Love Is», es decir, interpretaciones en solitario de una canción que en realidad involucró a un montón de artistas. Y el hecho de que esas pistas individuales sean capaces de sostener e incluso elevar el poderoso mensaje de la canción es una prueba tanto de las dotes de composición de Goodwin como del poder de la música para conectarnos emocionalmente con un mundo superior a nosotros.
Nadie puede negar el impacto de la pandemia en la industria musical a nivel global. Mucha gente pasó el año pasado exclusivamente tratando de capear el temporal. Pero, a veces, circunstancias extrañas generan resultados impredecibles, y la música encontró una forma no solo de resistir, sino también de avanzar. Desde la eclosión del streaming en directo hasta la rápida evolución musical en las redes sociales y la inspiradora solidaridad floreciente en el seno de la industria, la música siempre encuentra su camino.