La pandemia de COVID vació temporalmente los locales de música en directo, pero para nada consiguió silenciar a los músicos. Durante el aislamiento, en el mundo digital se desencadenó una oleada de creatividad impulsada por nuevas herramientas que permitieron a los artistas mantener la conexión con sus seguidores, hacer nueva música a distancia y colaborar con otros músicos que de otra manera nunca habrían conocido. Algunos de esos artistas se centraron en preservar la chispa de la música en directo con transmisiones que iban desde sofisticadas producciones filmadas con medios profesionales hasta sencillas jam sessions caseras. Otros se volcaron en el trabajo artesanal, la exploración de nuevos campos musicales y la composición de canciones que reflejaban las presiones del momento. Y también hubo gente que encontró en la pandemia una oportunidad para la reflexión personal, la reevaluación de la vida y el desarrollo de un sentido más firme de identidad individual y musical.
Crédito de la foto: Ivan Pierre Aguirre
Allá donde la vida pública se va reabriendo y los conciertos vuelven a los escenarios, los artistas han empezado a retomar sus actividades. Pero está claro que las cosas han cambiado: ni la industria, ni las actuaciones en directo ni las prácticas de composición son las mismas de antes. Ahora que los músicos empiezan a atraer de nuevo al público a sus conciertos, muchos de ellos están volviendo a los escenarios con nuevas ideas sobre el verdadero significado de un buen espectáculo, una canción memorable y una conexión fuerte con sus seguidores. Por otro lado, también están apreciando desde otra perspectiva su propio trabajo y el sentimiento de gratitud por las esferas de nuestra cultura que promueven la música como un puntal de la comunidad.
Los hijos del digital aterrizan en el mundo real
Uno de los efectos más duraderos de la pandemia en el mundo de la música es la forma en que el parón forzado de los locales físicos ha puesto el foco en ciertos espacios musicales que antes estaban subexpuestos. En nuestro artículo sobre la explosión del streaming en directo publicado en el número anterior de Wood&Steel, los artistas nos hablaban del poder insospechado de las herramientas digitales para conectarles con la audiencia superando la distancia física y las restricciones en la vida pública. Las transmisiones en directo ayudaron a los músicos a no perder el ritmo ante el público, aunque fuera sentándose con una guitarra acústica frente a la cámara de un iPhone mientras sus seguidores proyectaban sus reacciones digitales en forma de emojis de sonrisas y corazoncitos. Ese recurso tuvo un impacto positivo para todo tipo de artistas en un momento en que la gente se lanzaba a Internet para encontrar sus dosis cotidianas de música en directo. Y, sin duda, los que se llevaron la mayor parte del pastel fueron los que ya estaban bien posicionados en las redes sociales.
Sin embargo, esto no siempre ha sido así. Los artistas de grandes giras y los músicos establecidos habían acaparado la atención del público durante mucho tiempo, incluso cuando herramientas como YouTube, SoundCloud y BandCamp se hicieron populares entre los creadores que aún no habían dado el salto a la industria. En la era pre-COVID, los profesionales que se habían labrado una carrera en el «mundo real» tenían un aura de autenticidad y calidad que no estaba al alcance de los artistas «de Internet». En cierta manera, las herramientas que estaban llamadas a democratizar la producción musical acabaron encasillando a artistas jóvenes y creativos de muy diversos tipos en un territorio digital poblado por un número relativamente pequeño de fieles seguidores. Le ponían todas las ganas, pero les faltaba la exposición.
La pandemia le dio la vuelta a la tortilla. Tanto los grandes nombres como los artistas noveles se vieron obligados a abandonar los escenarios físicos y a hacerse un hueco en Internet, y la música del mundo digital empezó a jugar en igualdad de condiciones por primera vez. El resultado fue un estallido de bandas, compositores y músicos solistas que dieron el salto a un escaparate global y que en muchos casos habían tenido muy poca presencia en las corrientes dominantes.
Meet Me in the Living Room
Entre los muchos artistas que supieron capitalizar las singularidades de los meses de pandemia, el trío de pop-punk Meet Me @ the Altar se ha abierto camino de una manera particularmente interesante. Sus integrantes Téa Campbell (guitarra, bajo, 224ce-K DLX), Ada Juarez (batería) y Edith Johnson (voz) llevan desde el 2017 haciendo música juntas, pero no en el sentido tradicional. Hasta este año, las tres escribían y producían sus canciones a distancia, enviándose ideas, letras y grabaciones de instrumentos a través de Internet hasta llegar a un producto terminado. De repente, su forma de hacer música se convirtió en la norma. Y, mientras los músicos de todo el mundo intentaban adaptarse a este estilo de creación deslocalizada, las chicas de Meet Me @ the Altar se encontraron con una enorme ventaja de salida.
«Fuimos una banda de Internet durante unos cinco años», dice Ada. «Yo vivía en Florida, Edith en Atlanta y Téa en Nueva Jersey, así que nunca habíamos escrito ni una sola canción juntas en la misma habitación».
Y, aunque durante la pandemia se fueron a vivir a la misma casa, reconocen que su proceso de composición apenas cambió con la proximidad física.
«Aunque vivíamos juntas, ese método ya nos funcionaba de antes», argumenta Ada. «Pensamos, ¿para qué cambiarlo? Así que todavía hoy componemos cada una en su habitación y luego nos reunimos. Bueno, ahora escribimos las letras juntas, pero todo lo demás es igual que antes».
El efecto «banda de Internet» también tuvo su impacto más allá del proceso de composición. Meet Me @ the Altar ya tenía una amplia experiencia en el ámbito digital y en la interacción con sus seguidores a través de la web, y la COVID contribuyó a crear las condiciones para el espectacular aumento de su popularidad. El trío había planeado ir de gira en el 2020 y 2021, pero tuvo que quedarse en casa. En ese contexto, la única salida creativa era escribir canciones. La desaparición de los elementos «tradicionales» de la industria de la música llevó a los artistas a reenfocarse en la esencia de su oficio. Para ellas tres, la pandemia fue una olla a presión que les ayudó a crecer tanto en capacidades como en confianza.
«La cuarentena supuso muchos cambios para nosotras», recuerda Téa. «Si no la hubiéramos tenido que pasar, no habríamos sacado tiempo para sentarnos y recapacitar sobre la dirección en la que queremos ir y en nuestra evolución como banda».
Tras la cancelación de la gira, las Meet Me @ the Altar no se lanzaron al streaming en directo (como hicieron muchos otros artistas durante el confinamiento), sino que se centraron en la composición de canciones. Excepto por una actuación retransmitida en colaboración con la cadena de restaurantes Wendy’s, las Meet Me @ the Altar se dedicaron a dar forma a su voz y a desarrollar su personalidad musical.
«Cuanto más escribes, más cómoda te sientes», afirma Edith. «Para nosotras, la cuarentena fue una bendición imprevista. Nos hizo estar más unidas y madurar a través de la composición de canciones. Ahora, todo lo que escribimos es mejor que lo que hacíamos antes».
El trabajo valió la pena: la banda triunfó durante la pandemia pasando de 3000 seguidores a más de 50 000. Y, aunque se hace un poco extraño no poder apreciar ese crecimiento en forma de más público en sus actuaciones, la conexión con sus seguidores en Internet les ha hecho ver más claro dónde encajan en la cultura pop en general. Ellas atribuyen parte de su éxito a una sociedad cambiante con nuevas actitudes que exigen una mayor inclusión de mujeres y artistas de color en el mundo de la música. Y, como trío de mujeres de color, a Meet Me @ the Altar le ha llegado su momento.
«Durante la cuarentena pasaron muchas cosas: conflictos sociales, el Black Lives Matter, la muerte de George Floyd», reflexiona Edith. «Pero la gente no podía hacer casi nada, así que invirtió el tiempo en meditar sobre el mundo. Las personas empezaron a pensar en la vida y el arte de la comunidad negra. Nosotras estábamos ahí y, como nuestra música no está mal, el público se quedó».
Gracias a su decisión de ir a contracorriente durante la pandemia, las Meet Me @ the Altar encontraron una oportunidad perfecta para aumentar su éxito y catapultar su repunte de popularidad con mejores canciones y un sentido de identidad de banda reforzado. Pero no todos los músicos del panorama actual nacieron en el ecosistema digital. Para los que habían vivido décadas en el mundo tradicional, la pandemia supuso otro desafío diferente: ¿cómo te adaptas a los tiempos sin perder tu esencia?
La música crea comunidad
El cierre de locales y la anulación de conciertos fueron las consecuencias más evidentes de la industria de la música durante la pandemia. Sin embargo, en el ambiente acechaba otra amenaza más silenciosa pero no menos significativa: los problemas de salud mental. El aislamiento, la presión financiera sin precedentes y los continuos cambios en la sociedad han sido una losa para mucha gente durante los últimos 18 meses. Y también para los artistas, cuya principal fuente de catarsis emocional, social y creativa (por no hablar de la estabilidad económica) se esfumó repentinamente y sin previo aviso. Para Jim Ward, cofundador de At the Drive-In, actual guitarrista de Sparta y veterano compositor solista, la necesidad de aferrarse a la música durante la pandemia iba más allá de los objetivos de mantener un perfil público y no perder la atención de sus seguidores: era una cuestión de supervivencia.
Ward (517 Builder’s Edition, GT Urban Ash) es una figura muy conocida en El Paso, Texas. Está profundamente conectado con la escena musical e incluso con la cultura gastronómica de su ciudad natal, ya que es dueño de un restaurante que tuvo que cerrar por la COVID. Para una persona tan apegada a la comunidad como Ward, los acontecimientos de principios de la pandemia fueron devastadores tanto a nivel individual como en su entorno cercano.
«Tuvimos que dejar a la gente del restaurante en la calle, lo cual fue muy duro mental y emocionalmente. Mi banda, Sparta, había grabado un disco que salió en abril del 2020, y no se enteró ni el Tato. Cancelamos las giras y tuvimos que poner en suspenso al equipo, como todo el mundo».
Sin la válvula de escape del trabajo creativo, Ward lo pasó mal durante los primeros días de la pandemia.
«El confinamiento te afecta mucho como ser humano, sobre todo si eres una persona social. Era difícil mantener la cabeza en su sitio».
A pesar de las restricciones en espacios públicos, Ward sabía que no podía dejar la música si quería conservar la cordura. Para distraerse, se dedicó a componer una serie de canciones que después se convertirían en Daggers, su último álbum en solitario. Ward sostiene que la grabación de ese disco fue una terapia que le sirvió para gestionar su estado mental y expandir sus capacidades creativas.
«He crecido mucho como ingeniero, porque me vi obligado a grabar y producir el álbum yo solo. En circunstancias normales habría recurrido a otras personas, pero cuando las herramientas que te facilitan el trabajo se volatilizan, te ves forzado a aprender cosas nuevas. Yo salí de ahí con un renovado espíritu de hombre orquesta».
Sin embargo, esa autosuficiencia solo llega hasta cierto punto. Aprender nuevas habilidades musicales está muy bien, pero no sustituye la interacción y la conexión con otros seres humanos, especialmente para alguien tan implicado en la vida social como Jim Ward. Con la desaparición de los momentos de encuentro con el público en los conciertos, Ward tuvo que forjar relaciones a través de Internet con personas a las que de otra manera nunca habría tenido la oportunidad de conocer. Y la cosa no se quedó en algunas interacciones en Instagram con seguidores de lugares tan dispares como Australia o Moscú. Rápidamente, el impulso de salvaguardar un cierto sentido de unión llevó a Ward a iniciar una nueva tradición: los Friday Beers, una serie de conversaciones entre Ward y un invitado musical emitidas en directo por Instagram sin ensayos previos ni edición. Hasta el momento, en los Friday Beers ha charlado con Rhett Miller, Nina Diaz, Patrick Carney de los Black Keys y Josh Homme de Queens of the Stone Age.
No se trata de las típicas entrevistas sobre nuevos álbumes, próximos conciertos y fuentes de inspiración para canciones: son diálogos reflexivos, muchas veces profundos, en los que Ward y sus invitados se abren al público a nivel personal de una forma que no es posible en los pocos minutos que los artistas pueden dedicar a sus seguidores en los conciertos. Ward dice que estas sesiones han sido reveladoras como vehículo para superar el aislamiento, tanto para él como para el público.
«Josh Homme es como un hermano mayor para mí», dice Ward. «Tuvimos una conversación muy íntima y personal ante la audiencia. Luego recibí un montón de mensajes realmente hermosos, como uno que decía que ‘así es como deberían ser las relaciones masculinas’. La verdad es que muchos de nosotros hacemos música porque estamos intentando encontrar una forma de sentirnos mejor. Y, cuando la gente escucha ese tipo de confidencias, puede pensar: ‘si ese tío se siente así, pues tampoco será tan terrible que yo me sienta igual’».
Jim Ward cree que este efecto colateral de la pandemia debería quedarse con nosotros durante la transición hacia algo parecido a la normalidad. En un mundo demasiado acostumbrado a ver cómo los jóvenes artistas pierden el control, es importante crear espacios que fomenten la honestidad y la autenticidad. Y Ward puede hablar de ello desde su experiencia personal.
«Sinceramente, pienso que la primera etapa de mi carrera habría sido más positiva si alguien me hubiera dicho ‘no pasa nada si ahora mismo no te sientes bien’ en lugar de simplemente pasarme una botella de vodka. Desde esa perspectiva, ahora podemos darles algo mejor a nuestros artistas jóvenes».
La música no entiende de reglas
El escenario de la música actual está en constante evolución, impulsada a partes iguales por los cambios en las actitudes de la sociedad, la creciente oferta de nuevas creaciones fuera del canal tradicional de las discográficas y las consecuencias tangibles de una crisis sanitaria global. Tanto los artistas experimentados como los talentos emergentes están descubriendo que, en estos tiempos, construir o mantener una carrera en la música exige una mirada hacia adentro, una inmersión en las profundidades del arte del oficio y una exploración de territorios creativos inexplorados. Aunque las herramientas digitales de hoy en día facilitan la conexión con el público en general y con los seguidores a nivel individual, no pueden reemplazar el arduo trabajo de materializar las ideas en música y transmitir un mensaje que sea fiel a uno mismo y, al mismo tiempo, lo bastante universal como para inspirar a oyentes de todo el mundo. Afortunadamente, si hay algo que la pandemia ha sacado a la luz acerca de la música contemporánea y las personas que la hacen, es que el impulso creativo sobrevive a cualquier circunstancia imaginable.