Papá! ¡Ven a ver esto!».
El tono de aquella voz juvenil dejaba claro que algo extraordinario estaba ocurriendo en el jardín, más allá de la puerta de mi taller. Eché una mirada rápida por la ventana y no vi nada que me llamara la atención. «No, papá, tienes que venir hasta aquí. Desde ahí no lo verás».
Dejé a regañadientes el proyecto en el que estaba enfrascado para encontrarme a uno de nuestros hijos medio oculto debajo de un arbusto. Había estado persiguiendo a una pequeña criatura que huía de sus manos curiosas. «Tienes que arrastrarte hasta aquí para verlo. ¡Es muy importante!».
Seguramente no era la ocasión ideal para un cambio de perspectiva, pero supongo que ninguna lo es en su momento. Este último año ha provocado tantos cambios de perspectiva que la percepción del paso del tiempo parece haberse desvanecido por completo. En una época tan revuelta, es fascinante escuchar cómo la música y sus creadores responden a los cambios de la sociedad y ponen la banda sonora.
Escuchar la música que un intérprete ofrecerá desde su propia perspectiva cambiante es un auténtico tesoro.
Hace poco, leí un ensayo del escritor británico G. K. Chesterton en el que comentaba la frase hecha «la historia se repite». Seguramente la he repetido mil veces sin pararme a pensar en su significado, pero, tal como Chesterton señala acertadamente, en realidad la historia es una de las pocas cosas que nunca se repiten. Las reglas de la aritmética, las leyes de la física, el movimiento de los planetas y los mecanismos de la mayoría de otros campos de estudio sí lo hacen. Un conjunto de números determinado dará exactamente el mismo resultado cada vez que los sumes. En cambio, las secuencias de acontecimientos y hechos históricos pueden adoptar tendencias reconocibles, pero nunca funcionan exactamente de la misma manera.
Lo mismo ocurre en el mundo de la música y los instrumentos. La historia de la música es un flujo de dinamismo, progreso y desarrollo. Igual que las demás artes, la música nunca se ha repetido del todo ni ha permanecido en un estado de perfecta redundancia. Es un torrente de creatividad que no puede ceñirse a una perspectiva espacio-temporal fija. Hasta la invención de la música grabada y los dispositivos mecánicos de reproducción de sonido, era imposible que dos ejecuciones de una misma pieza musical fueran exactamente iguales, independientemente de cuánto practicara el intérprete. Cada repetición de una pieza tomaría la forma de un día puntual en una temporada en particular, y quedaría sazonada por las singularidades del momento, fueran sutiles o muy notorias.
Esta misma línea de desarrollo se puede observar en los instrumentos musicales. Aunque cada guitarra conserva una personalidad propia, con una voz matizada y madurada por el uso habitual, he tenido el privilegio de asistir a la creación progresiva de muchos instrumentos y probablemente también veré la evolución futura de la guitarra tradicional. Cada época, incluso cada día, se enfrenta a un conjunto de sucesos único que influirá sobre una guitarra construida en ese momento. La disponibilidad (o la carencia) de ciertos materiales y las herramientas y métodos utilizados para crear instrumentos cambian con los años. Por supuesto, lo mismo ocurre con el concepto, la filosofía y la estética que hay detrás de cada diseño. En algunos períodos, estos cambios son drásticos y muy fáciles de detectar. En otros, son tan tenues como el ángulo de los rayos de sol que entran por la ventana de un taller. Tras estos cambios, sean minúsculos o monumentales, los instrumentos ya no serán los mismos, ni tampoco la música que se tocará con ellos.
Igual que en otras facetas de la vida, en el mundo de la construcción de guitarras es fácil caer en la nostalgia de los viejos tiempos. Muchas veces me veo rodeado de herramientas aparentemente antiguas que vienen de un oficio muy anterior a mí, y yo aprovecho para recoger las gemas de esa sabiduría que tanto esfuerzo les costó adquirir a los que llegaron antes que nosotros. Es muy inspirador admirar la dedicación de un luthier a un instrumento construido hace décadas, pensar en todas las melodías que han emanado de su voz durante años y evocar la alegría que esas canciones han traído. Apreciar la belleza y recordar los buenos momentos que un instrumento le ha dado a su intérprete es tanto una recapitulación como un estímulo para tomar las herramientas con energías renovadas y seguir mirando hacia adelante. Aunque un desvío por el carril de la memoria siempre es una digresión valiosa y gratificante, ese es un territorio en el que no se puede residir permanentemente.
Lo que no cambia es la intención detrás de esos instrumentos, creados para inspirar y servir a la expresión dinámica de cada intérprete que los acoge en sus manos. La música crece, cambia, se ramifica y converge continuamente cada vez que se comparte una historia, un ritmo, un melodía y un estribillo, como un árbol que se hace claramente más alto y más ancho cimentado en unas raíces invisibles pero ancladas de forma inamovible en la tierra de la sociedad. Y construir instrumentos nacidos para servir a esta fuerza creativa es un privilegio impagable.
Ha sido inmensamente gratificante ver cómo las guitarras GT y American Dream, las últimas en llegar a nuestro catálogo de instrumentos, se han abierto camino en las canciones de la gente. Escuchar la música que un intérprete ofrecerá desde su propia perspectiva cambiante, ya sea una canción de toda la vida o un tema recién compuesto, es un auténtico tesoro. El nexo entre una voz fresca, una nueva sensación y un marco inédito en el tiempo y el espacio crea un escenario ideal para el renacimiento musical; un medio en el que los artistas siguen persiguiendo esa chispa creativa que se lanza hacia adelante como una criatura viva de energía incontenible.
Un cambio de contexto se puede percibir como algo extemporáneo que nos lleve a desear con añoranza que las cosas fueran como las recordamos. Pero también significa una estimulante oportunidad para crecer con cada uno de los acordes y canciones que tocamos mientras avanzamos hacia un nuevo día.
Andy Powers es el diseñador jefe de guitarras de Taylor.