Solo con pasear distraídamente por los talleres de Taylor, queda claro que aquí nos encanta hacer cosas. En todos los rincones de nuestro campus se respira creatividad en estado puro. El carrusel de imágenes, sonidos, aromas y otros estímulos sensoriales es casi abrumador. En nuestro taller de maquinaria, las virutas de aluminio flotan como polvo de estrellas alrededor de una nueva pieza de guitarra aún sujeta a una fresadora. Un poco más allá, una máquina está siendo desmontada en partes y sus componentes gastados se sustituyen por repuestos que la devolverán a la acción. Y desde detrás de una zona protegida irradia el resplandor de alta energía de un soldador de arco, que funde piezas de acero para crear un carrito a medida que transportará guitarras a medio construir. Ni siquiera hace falta entrar en nuestro taller de elaboración de guitarras para asistir a todo tipo de tareas creativas.
Sin embargo, penetrar en la primera sala de producción efectiva de instrumentos es una experiencia sensorial de otro nivel. Después de atravesar un aserradero abarrotado de maderas e impregnado de sus aromas, venidos de todas partes del mundo, llegarás a una zona de almacenamiento y aclimatación de maderas listas para usar y catalogadas como libros en una biblioteca. Más adelante, irás pasando por distintos territorios de sonidos y visiones: el apacible silencio de una sala en la que se colocan varetas, la calculada precisión del modelado de un mástil; el bullicio y el zumbido del acabado, el pulido y la afinación de cuerdas. Mires donde mires en Taylor, hay un trabajo creativo que da vida a las guitarras.
Para mí, así es como debe ser. El deseo de crear algo útil y bonito es un impulso muy fuerte, y tan primario como artístico, refinado y admirado. Y el método para ello puede adoptar muchas caras. Algunos proyectos se llevan a cabo solo con las manos; otros, con cepillos, herramientas e instrumentos, o incluso con una fábrica entera llena de máquinas. En su prólogo a la versión en inglés de «La belleza del objeto cotidiano», una colección de escritos de Sōetsu Yanagi, el alfarero y escritor Bernard Leach define la artesanía como «un buen trabajo proviene de un hombre completo, con corazón, cabeza y mano en equilibrio adecuado». Más que una adhesión estricta a un método, un conjunto de herramientas o un proceso industrial específicos, el deseo de crear algo intensamente maravilloso que beneficie y enriquezca al usuario es un instinto tan antiguo como la vida misma.
El deseo de crear algo intensamente maravilloso que enriquezca al usuario es un instinto tan antiguo como la vida misma.
Este deseo de crear comienza desde una edad muy temprana. Con tres niños pequeños, mi casa rara vez está ordenada, aunque no por falta de esfuerzo por mantenerla limpia. El proceso creativo tiende a explosionar en ráfagas de energía que suelen implicar pintura derramada, gotas de pegamento y piezas usadas de innumerables materiales. Y de algún lugar de ese caos material surge lo que a mí me gusta llamar «la alegría del creador», esa emoción curiosamente profunda que acompaña a una nueva creación. En nuestro hogar, eso se manifiesta en un festival de gritos seguidos de: «¡ven, mira lo que he hecho!».
Sospecho que esto es común a todos los niños, pero es interesante observar que esa misma sensación también invade a la mayoría de los creadores. Los cantautores y compositores no son inmunes a ello. Los músicos y pintores también conocen perfectamente ese sentimiento. Y lo mismo vale para maquinistas, soldadores, mecánicos de coches, carpinteros y constructores de guitarras. Nos encanta hacer nuestro trabajo y sentirnos inmersos en el proceso.
Yo mismo he orientado mi vida en esa dirección, y he tenido tiempo y ocasión de comprobar que el proceso de creación puede ser catalizado tanto por el deseo de crear una cosa en particular como por el simple hecho de tener a mano un material que puede dar origen a algo. Nada lo ilustra mejor que una conversación que tuve con nuestra hija de siete años cuando entró en el viejo granero que uso como taller casero. Fue algo así:
‒ Papá, dame un trozo de madera.
‒ Vale, ¿qué quieres hacer?
‒ Aún no lo sé. ¿Qué tienes que pueda usar?
Ahí lo tenemos: ella ya sentía ese deseo de crear algo, aunque no tenía ni idea de qué objeto iba a hacer. Sencillamente, el material disponible la llevaría a ese lugar de fuerza creativa. En un episodio similar, un amigo que hace tablas de surf me dejó en el taller un núcleo de tabla de espuma para que lo recubriera con fibra de vidrio. Más tarde, se fue a su casa con una cuña de cedro que yo le había dado porque no valía para una tapa de guitarra. Aunque en ese momento el destino de la madera aún no estaba decidido, era evidente que el propio material iba a actuar como catalizador para un proyecto simplemente por el maravilloso aroma de la madera, por ejemplo, y que ese aroma podría guiar el proceso hacia aquello en lo que la cuña acabaría convertida.
Muchas veces, a los músicos les viene la inspiración en situaciones parecidas. Es posible que escriban canciones nacidas de la voluntad de hablar sobre un tema en particular o de plasmar una emoción en una narrativa musical. Pero, con la misma frecuencia, yo he visto a músicos que componen un tema a partir de una melodía tarareada que tiene gancho, o del sonido de cierto acorde o ritmo que abre nuevas posibilidades. Este fue el espíritu que dio forma a la reciente reinvención de las guitarras de la Serie 700. Todo parte del momento en que nuestros colegas empezaron a cortar piezas de koa hawaiana que revelaron un espléndido colorido y veteado; franjas y remolinos que cuentan historias de crecimiento, cambios de estación, tormentas y años que pasan. Esa madera clamaba por ser convertida en algo hermoso y profundamente musical. Ahora, unos años después del corte inicial de aquellos árboles de koa, estamos sintiendo la alegría del creador con estos instrumentos. Y esperamos que, ya sea en uno de estos nuevos diseños de guitarra o en un modelo clásico de toda la vida, tú también encuentres la alegría del creador: la inspiración para inventar una melodía, rasguear un ritmo espontáneo y paladear la sorprendente armonía de un acorde que acabas de descubrir.