Soy muy afortunado. Es más, diría que siempre lo he sido. Y, para mí, la fortuna no tiene que ver con circunstancias favorables, golpes de suerte o dinero caído del cielo, sino con la capacidad de hacer el trabajo necesario para superar los retos del día a día. Ese trabajo te permite seguir adelante en la dirección en la que quieres ir. Y lo que lo hace difícil es que cada día parece traer un nuevo problema que resolver.
Como oportuna contrapartida a esas complicaciones, he constatado que las cosas que te hacen falta para sortear los obstáculos suelen aparecer en el momento justo. En muchas ocasiones, esas ayudas se presentan en forma de personas que tienen algo que enseñarte. Y eso es precisamente lo que me hace sentir afortunado. Desde que tengo uso de razón, me he ido encontrando con gente de la que he podido aprender. Algunas veces he tenido la oportunidad de observarles; otras, han intervenido directamente en mis empeños. Aunque las enseñanzas son tan infinitas como nuestros propios pensamientos, las aportaciones de los demás nos enriquecen muchísimo porque su influencia nos va moldeando para mejor.
Una de esas influencias es mi esposa Maaren. Es la persona más maravillosa del mundo (vale, en esto no soy objetivo) y tiene una enorme sabiduría natural que le surge espontáneamente. Muchas veces oigo cómo les dice a nuestros hijos: «haz el trabajo que tienes delante y acabará saliendo solo». No se me ocurre una mejor forma de expresar la actitud que se necesita para superar creativamente las tareas a las que nos enfrentamos.
De hecho, así piensan todas las personas emprendedoras de las que he tenido el privilegio de aprender. Simplemente, sacan el trabajo hacia adelante. No esperan el permiso imaginario de una autoridad externa para empezar; se ponen manos a la obra sin más. Esto me recuerda a una comparación que leí una vez: un profesional sabe lo que necesita para hacer un trabajo, mientras que un emprendedor utiliza lo que tiene a su alcance para llevarlo a cabo.
Bob y Kurt son dos personas con las que he tenido el gran honor de convivir y aprender. Han pasado (y pasan) horas, días, años afrontando el trabajo que tienen por delante, superando todos los desafíos imaginables para seguir avanzando en la dirección que han elegido: consolidar una gran empresa de guitarras. Durante décadas, los dos han trabajado codo con codo centrándose en sus diversas tareas y remando juntos hacia un objetivo común: diseñar, construir y vender instrumentos que respondan al uso que les dan los músicos, y hacerlo de la forma más positiva posible para nuestros recursos forestales, proveedores, empleados, distribuidores y clientes. Es una misión difícil que se fragmenta en innumerables labores individuales durante toda una vida de trabajo. ¡Pero qué trabajo tan maravilloso!
Siempre me ha encantado dedicarme a todo lo que rodea a la construcción de guitarras, desde las faenas más mundanas y rutinarias hasta la resolución de los problemas de cada día. Desde hace casi doce años, ha sido un placer hacerlo junto a Kurt y Bob y ver cómo sus aportaciones se complementan entre sí. Es como si cada tarea cumplida fuera una nueva línea trazada en un dibujo gigante trazado por puntos. Me han aceptado e incluido generosamente en su trabajo, y les agradezco su tesón y sus enseñanzas. Ha sido fantástico participar en ese esfuerzo y poner mi granito de arena para avanzar hacia nuestra meta de construir instrumentos de calidad para los músicos y, al mismo tiempo, compartir la satisfacción de ese trabajo con los que nos rodean. Corren buenos tiempos en Taylor Guitars, y nos alegra mucho que forméis parte de ello.