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A la vuelta de la última conferencia internacional de la CITES en Panamá, Scott Paul explica cómo la creciente atención sobre las especies de árboles puede condicionar el futuro de los instrumentos musicales.

A mediados de noviembre del 2022, Bob Taylor y yo viajamos a la ciudad de Panamá para asistir a la 19.ª Conferencia de las Partes (CoP) de la CITES que se llevó a cabo entre los días 14 y 25 de ese mes. En artículos anteriores ya he escrito sobre la CITES, que es la abreviatura en inglés de la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres. Este evento, que se organiza cada tres años desde 1976, se estableció con la idea de proteger a las especies de plantas y animales ante el posible impacto negativo del comercio internacional. Taylor Guitars ha asistido regularmente a las reuniones de la CITES desde 2016, coincidiendo con el momento en que la convención empezó a fijarse con más atención en las especies de árboles.

Salvo algunas (pocas) excepciones, la industria de los instrumentos musicales se queda con una mínima parte del volumen total de especies de madera que se comercializan internacionalmente. Sin embargo, las nuevas políticas y restricciones acordadas por la CITES afectan a todos los usuarios, desde los más grandes hasta los más minoritarios. Además, se da el caso de que no hay ningún producto de madera terminado que cruce fronteras internacionales con más frecuencia que los instrumentos musicales, así que es lícito considerar que las decisiones que se toman en la CITES repercuten sobre los fabricantes de instrumentos y los músicos itinerantes al mismo nivel que sobre cualquier otro sector. La cosa se está poniendo lo bastante seria como para que Bob Taylor decidiera acompañarme a Panamá. Quería entender de primera mano cómo esta convención, que ha vivido fases de cierto hermetismo, puede tener una influencia tan profunda en nuestra industria. (También hablé de este tema en la edición de otoño de 2019 [número 95] de Wood&Steel).

Muchos observadores señalan que la CITES parece centrarse cada vez menos en el comercio y más en la conservación. Aunque no estoy en disposición de juzgar, creo que esta opinión es acertada. Pero los tiempos cambian. Estamos perdiendo bosques vírgenes, el cambio climático es un fenómeno real y, aunque el dato pasó desapercibido, en el segundo día de la conferencia la población humana alcanzó los 8000 millones de personas mientras que el tamaño de nuestro planeta no parece haber aumentado. Vivimos en un mundo muy diferente al que teníamos en 1976, y los gobiernos están utilizando las herramientas a su alcance para abordar una crisis medioambiental global.

La reunión de Panamá contó con representantes de 184 países que tuvieron que lidiar con una ingente cantidad de cuestiones, desde procedimientos parlamentarios tales como el cumplimiento y depuración de las reglas, la ética y las prácticas que rigen la propia convención, hasta el seguimiento y control de una lista de especies animales y vegetales protegidas que no deja de crecer. Incluso se debatió si la CITES debería extender su mandato más allá del nivel de especie y contemplar también el impacto del comercio internacional sobre el ecosistema desde una perspectiva más amplia (por ejemplo, sobre los bosques). A la cita también acudieron delegados de varios organismos de Naciones Unidas y sus agencias especializadas, además de organizaciones intergubernamentales y no gubernamentales y representantes del sector privado. Y, al fondo de la sala en un rincón, había un cartel que decía «Taylor Guitars».

En la CoP de Panamá se incorporó a la convención una cifra récord de especies arbóreas comercializadas, lo cual significa que hará falta algo más de documentación y supervisión para las transacciones con esas especies. Los lapachos (Handroanthus, Roseodendron y Tabebuia), las afzelias (Afzelia), el cumarú (Dipteryx), el padauk (Pterocarpus) y la caoba africana (Khaya) han quedado enmarcados en el Apéndice II con la anotación 17. Taylor Guitars no utiliza ninguna de estas especies, aunque algunos fabricantes de guitarras sí usan árboles del género Khaya. De acuerdo con la anotación 17, ahora los importadores de Khaya deberán cumplir con el papeleo de la CITES, pero no será necesario registrar documentación para que una guitarra construida con esa madera cruce fronteras internacionales.

El planeta está perdiendo bosques vírgenes, el cambio climático es un fenómeno real y, aunque el dato pasó desapercibido, en el segundo día de la conferencia la población humana alcanzó los 8000 millones de personas.

Taylor Guitars apoya plenamente la política de inclusión de estas especies en la lista. Si la CITES estima que el comercio internacional de una determinada especie requiere más control para garantizar su supervivencia, seremos los primeros en adherirnos a los procedimientos y trámites que sean necesarios para importar legalmente (y éticamente) la madera que usamos para nuestras guitarras. Es más: entendemos y aceptamos que algunas especies pueden llegar a eliminarse totalmente del comercio internacional. Pero también creemos que la Convención está navegando hacia aguas desconocidas en su intención de vigilar más detenidamente el comercio de productos forestales.

Los representantes de la industria de la música deben formar parte de este proceso para ayudar a los responsables de la toma de decisiones a comprender las implicaciones de sus resoluciones, ya que, durante la mayor parte de sus casi 50 años de historia, la CITES se ha centrado sobre todo en los animales. Hasta hace poco, las conversaciones sobre plantas han estado bastante apartadas de los focos del escenario principal. Pero todo esto está cambiando, y a gran velocidad. Tal como dijo un delegado hace unos años, «el palosanto es el nuevo elefante». Y está claro que se incluirán más especies de árboles en la CoP20 de la CITES dentro de tres años, y aún más otros tres años después en la CoP21. Por lo tanto, es lógico pensar que algunas de esas especies sean maderas que hoy utilizamos para fabricar instrumentos musicales. Nos estamos preparando para un mundo que cambia a marchas forzadas, y la asistencia a este tipo de reuniones ayudará a separar los hechos de las opiniones. En palabras de Mark Twain: «lo que te mete en problemas no es lo que no sabes, sino lo que sabes con certeza pero no es como tú crees que es».

Tal como dijo un delegado hace unos años, «el palosanto es el nuevo elefante».

El pernambuco, en el punto de mira

Con mucha diferencia, el gran tema en torno a los instrumentos musicales en la CoP19 fue el pernambuco (Paubrasilia echinata), una especie que no suele utilizarse para guitarras pero que es reconocida desde hace mucho tiempo como la madera perfecta para los arcos de instrumentos de cuerda. Este árbol es endémico de la Mata Atlántica de Brasil, una región ecológica que se extiende a lo largo de la costa sureste de Sudamérica. Allí también crece el palosanto de Brasil (Dalbergia nigra), la única especie de árbol incluida actualmente en el Apéndice I de la CITES que permite el comercio solo en circunstancias excepcionales. La propuesta que se planteó en la CoP fue que el pernambuco también quedara enmarcado en el Apéndice I.

Una historia de colonización y tala

Los portugueses desembarcaron por primera vez frente a las costas de Brasil en el año 1500, cuando una flota comandada por Pedro Álvares Cabral echó anclas en el actual Porto Seguro. En aquel momento, se pensaba que la Mata Atlántica tenía entre 1 y 1,5 millones de kilómetros cuadrados de superficie con una extensión hacia el interior desconocida. Los europeos se establecieron en la costa, y varios siglos de tala y conversión de tierras para agricultura, ganadería y asentamientos pasan factura hasta a la jungla más imponente. Hoy en día, se calcula que solo queda el 7 % del bosque original. Y esto, desde luego, no ocurre solo en Brasil. Esta es la historia de la civilización occidental: colonizar, someter, arrasar tierras y utilizar los recursos forestales para satisfacer las necesidades de vivienda, alimentación, comercio y defensa. En su día, Islandia estuvo repleta de bosques de secuoya, magnolia y sasafrás, pero todo empezó a desaparecer cuando los vikingos arribaron hace más de 1000 años. Y, ahora mismo, Islandia no es célebre por sus bosques.

En Inglaterra, el archidiácono y geógrafo Richard Hakluyt iba detrás de una cédula real para establecer colonias británicas en Norteamérica, y fundamentó su candidatura en la enorme riqueza arbórea que encontrarían y la posibilidad de que los colonos empezaran a trabajar nada más llegar. Siglos atrás, la propia isla británica había estado densamente cubierta de coníferas en el norte y robles y árboles de madera dura en el sur. Pero, en tiempos de Hakluyt, gran parte de aquellos bosques ya se había convertido en pastizales y granjas, o bien se había talado para operar forjas de hierro, fundir cobre o elaborar sal (y ya ni hablemos de la madera destinada a la construcción de barcos). Hakluyt argumentó que las tierras al otro lado del océano, que ya estaban siendo explotadas por España y Portugal hacia el sur, prometían un suministro inagotable de árboles. Casi 300 años después de que el rey Jacobo I aceptara la propuesta de Hakluyt, el gobierno de los Estados Unidos de finales del siglo XIX ya estaba cada vez más preocupado por la pérdida de los bosques de la zona este provocada por los asentamientos, la conversión agrícola, la tala y la aparición de la industria de la pulpa y el papel.

Lo que quiero decir con todo esto es que, desde el punto de vista histórico, lo que le sucedió a la Mata Atlántica de Brasil es más bien la regla que la excepción. La desaparición de los bosques no fue obra de los fabricantes de arcos que adquirían pernambuco ni de los constructores de guitarras que usaban palosanto. Sin embargo, es una realidad que durante unos 100 años se hicieron guitarras con palosanto de Brasil, y los músicos profesionales e intérpretes avanzados de instrumentos de cuerda han utilizado arcos de pernambuco por más de 200 años. Estos arcos duran generaciones y pueden tener múltiples propietarios a lo largo de varias vidas. Muchas veces, los artistas los sustituyen por versiones mejores a medida que avanza su carrera. Y, en consecuencia, los arcos cambian de manos bastante a menudo. Hoy en día circulan cientos de miles de arcos (nadie sabe exactamente cuántos), y solo un ojo muy entrenado puede distinguir en qué período se hicieron. También es importante remarcar que nunca se han aplicado controles a los arcos terminados; al menos, no en un marco regulatorio como la CITES. Durante cientos de años, simplemente existieron y pasaron de un intérprete a otro. La documentación es muy escasa y su procedencia suele basarse en la tradición oral, ya que a nadie se le ocurrió solicitar registros oficiales y muy pocos propietarios de arcos se molestaron en mantenerlos.

Hace no tanto tiempo, y en una galaxia nada, nada lejana…

Es indiscutible que lo que queda de la Mata Atlántica es uno de los bosques con mayor riqueza y diversidad biológica del mundo. En esa zona habita un número sorprendentemente alto de especies que no se encuentran en ningún otro lugar de la Tierra. Pero la antigua región ecológica se ha convertido en territorio de la gran mayoría de la población, la industria y la economía de Brasil. Los principales motivos de la pérdida de bosques están vinculados a la agricultura (sobre todo a la caña de azúcar y el café), la expansión urbana, la ganadería y las plantaciones de eucalipto.

La preocupación por el destino de la Mata Atlántica no es nueva. En 1967, el gobierno brasileño prohibió las exportaciones de troncos de palosanto de Brasil (Dalbergia nigra), pero siguió permitiendo que la madera ya aserrada saliera del país. El palosanto de Brasil da una madera hermosa y aromática que se hizo popular en los mercados europeos a principios del siglo XIX y se usó en todo tipo de productos, mayoritariamente muebles y ebanistería. En la CoP8 de la CITES de 1992, celebrada en Kioto (Japón) pocos meses antes de que Brasil acogiera la Cumbre para la Tierra de la ONU en Río de Janeiro, el gobierno brasileño propuso añadir esta especie al Apéndice I para retirarla por completo del comercio internacional. Hasta aquel momento, ninguna especie de madera con un nivel de comercialización significativo se había incluido en la lista, y mucho menos en el Apéndice I. Fue un movimiento muy hábil por parte del país anfitrión en vísperas de lo que iba a ser la conferencia medioambiental más grande de la historia.

No fue hasta 1997 que la ONU reconoció por primera vez la mera existencia de la tala ilegal.

Esa decisión supuso un verdadero hito para la conservación en general y para la CITES en particular. Sin embargo, la cruda realidad fue que, por H o por B, hubo un lapso de tiempo (meses, años, hasta una década según a quién se le pregunte) en el que la aplicación de la normativa fue laxa. Al parecer, tanto las industrias como las agencias gubernamentales más relevantes hicieron poco o ningún caso a la regulación. Y, durante un cierto período, el comercio continuó en gran medida igual que antes. Este estado de cosas se podría llegar a entender inmediatamente después de la actualización de la lista de especies. Estamos hablando de la era pre-Internet, y la noticia de la nueva norma se difundió de manera desigual. Por otro lado, varios gobiernos cuestionaron la competencia de la CITES para abordar el asunto en toda su dimensión. Y no había ningún precedente comparable. Los agentes de aduanas no estaban capacitados para identificar especies de madera concretas. Las facturas rara vez incluían nombres científicos, y nunca nadie había solicitado la presentación de documentos CITES para la madera. Para bien o para mal, eran otros tiempos.

Tanto en la CoP8 (cuando se incluyó el palosanto de Brasil) como en la CoP9 de tres años más tarde se planteó la incorporación a la lista de otras especies de madera comercializadas, aunque la mayoría de las propuestas fueron retiradas o rechazadas tras encendidas disputas. En particular, hubo mucha controversia en torno la caoba y el ramin, una familia de árboles de madera dura que crecen en los pantanos del sudeste asiático. El debate se desplazó hacia la idoneidad de la CITES como foro de toma de decisiones sobre especies de madera a escala comercial. En aquel contexto, varios gobiernos defendían que sería mejor tratar estos temas a nivel nacional.

Willem Wijnstekers, secretario general de la CITES entre 1999 y 2010, habla en su libro «La evolución de la CITES» (The Evolution of CITES, 2011) de una «ausencia de motivación» y «falta generalizada de interés en la conservación de plantas» en aquella época. Esta visión caló ampliamente justo antes de la CoP12 de Santiago de Chile, cuando el tema empezó a ganar impulso a raíz de una campaña de Greenpeace que exponía ilegalidades en el comercio de caoba y denunciaba malas prácticas corroboradas por el gobierno brasileño. Yo lo recuerdo muy bien, puesto que formaba parte de un equipo de Greenpeace dedicado a documentar aquellas actividades en Brasil. En la CoP12 del 2002 se votó la entrada de la caoba de hoja grande en el Apéndice II: fue la decisión más drástica sobre una especie de madera desde la inclusión del palosanto de Brasil diez años antes.

En su día, Islandia estuvo repleta de bosques de secuoya, magnolia y sasafrás, pero todo empezó a desaparecer cuando los vikingos arribaron hace más de 1000 años. Y, ahora mismo, Islandia no es célebre por sus bosques.

Para verlo todo desde una perspectiva más amplia, hay que tener en cuenta que los primeros esfuerzos conjuntos por mejorar la transparencia en el comercio de productos forestales han empezado en serio solo en las últimas décadas. No fue hasta 1997 que la ONU reconoció por primera vez la mera existencia de la tala ilegal, y hubo que esperar a la enmienda de la ley Lacey en el 2008 para que los Estados Unidos declararan delito la importación de madera talada ilegalmente. (Pronto siguieron legislaciones similares en Australia, la Unión Europea, Japón y China). Recuerdo como si fuera ayer una conferencia internacional sobre delitos medioambientales a la que asistí en el 2010 en la sede principal de la Interpol en Lyon (Francia). El lema de la reunión, «los crímenes medioambientales son crímenes», puede parecer un poco triste en retrospectiva. Pero, en aquel entonces, los delitos relacionados con los recursos naturales casi nunca se tomaban en serio entre la comunidad política y legislativa.

Y, de vuelta a Panamá…

En la CoP19, las conversaciones en torno al pernambuco fueron intensas. Actualmente, se está llevando a cabo una candente investigación en la que participan organismos de aplicación de las leyes en Brasil y Estados Unidos y que puede sacar a la luz actividades ilegales en el comercio del pernambuco. Por supuesto, todavía no se puede hablar de ello abiertamente, pero el runrún estaba en la sala a todas horas.

El clima general en Panamá fue de frustración. Aunque el pernambuco figura en el Apéndice II de la lista CITES desde el 2007, en este tiempo la Mata Atlántica ha seguido degradándose igual que los bosques de todo el mundo. Finalmente, la CITES acordó mantener al pernambuco en el Apéndice II, pero revisó su anotación normativa, la número 10. Ahora, la regla estipula la necesidad de permisos CITES para cualquier artículo de pernambuco que salga de Brasil (incluidos arcos terminados), pero también especifica que, después de esa primera salida del país, los instrumentos musicales, componentes y accesorios hechos de pernambuco ya estarán exentos de documentación CITES.

Por otro lado, se consensuó un nuevo conjunto de puntos de acción asociados para que las Partes y los Comités de la CITES puedan dialogar, supervisar y, en algunos casos, legislar voluntariamente durante los tres años que quedan para la próxima CoP, en la que el tema volverá a ponerse sobre la mesa. Las recomendaciones incluyen actuaciones para considerar sistemas de documentación de la legalidad de los arcos y las reservas de pernambuco, certificar la madera cultivada en plantaciones y apoyar el desarrollo de capacidades para la aplicación de leyes y la conservación dentro de Brasil y entre las Partes. Todas estas resoluciones son de justicia y cuentan con el respaldo de los representantes de fabricantes de violines y arcos y de orquestas itinerantes que asistieron a la reunión.

La decisión supone un compromiso que dará tiempo a los gobiernos para entender mejor todas las consecuencias que comportarían las nuevas y bienintencionadas restricciones de la CITES. Es posible que los negociadores gubernamentales tuvieran en la cabeza las repercusiones de la anotación del palosanto redactada apresuradamente en la CoP17 del 2016, que provocó un auténtico caos en el sector de los instrumentos musicales y tuvo que ser enmendada tres años después en la CoP18. O quizá algunos pensaran como Mark Twain… En fin, yo solo puedo especular. Pero sí parece claro que, en el ámbito político, las cuestiones relacionadas con las plantas ya se tratan con la misma importancia que los asuntos animales dentro de la CITES. (No olvidemos las palabras de mi colega: «el palosanto es el nuevo elefante»). Y esto es bueno.

Con todo, si pensamos en los viajes internacionales cotidianos y el movimiento transfronterizo de especies incluidas en la lista de la CITES, un instrumento musical no es un elefante. Nunca he visto a nadie cargando un elefante en el control de aduana de un aeropuerto. Y la frecuencia con que los instrumentos musicales cruzarán fronteras solo puede aumentar teniendo en cuenta la relativa facilidad de viajar, la portabilidad y popularidad de los instrumentos y el hecho de que enviar una guitarra a cualquier parte del mundo ya es tan sencillo como venderla al otro lado de la calle. En definitiva, parece que el futuro de los instrumentos musicales estará ligado para siempre a la CITES, y es importante que ambas partes se entiendan mejor entre ellas.

Scott Paul es el director de sostenibilidad de recursos naturales de Taylor.

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