El Talento

Día a día

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How is Taylor history made? By focusing on making better guitars every day.

Ciertamente, la efeméride de los 50 años de Taylor invita a mirar en retrospectiva y estimula muchos comentarios por parte de guitarristas y seguidores de nuestra empresa. A Bob y Kurt les han preguntado unas cuantas veces si, cuando empezaron, se imaginaban cómo sería llevar 50 años en el negocio. Ambos tienen su forma de verlo, como muestran sus columnas en este número de Wood&Steel. Como yo no estaba allí en aquel momento, solo puedo hablar desde mi propia experiencia. Y la verdad es que, cuando empecé a trabajar por mi cuenta con otros músicos y sus instrumentos hace más de 30 años, era demasiado joven para imaginar un futuro tan lejano.

Es posible que algunos adolescentes tengan la capacidad de proyectarse 20, 30, 50 años o más en un futuro no escrito, pero está claro que ese no era mi caso. Ni siquiera me parecía que tratar con instrumentos fuera algo que entrara dentro de la categoría de “trabajo”. Para mí, las guitarras y la música eran un juego y una diversión de primera. Cuando tenía un encargo, me limitaba a considerar qué podía hacer para que el instrumento funcionara bien para su dueño; el futuro me preocupaba muy poco o nada. Y hoy en día tiendo a mantener ese mismo patrón de pensamiento. Me cuesta mirar más allá cuando tengo una guitarra entre manos. Y, por lo tanto, los hitos como este aniversario suelen agarrarme por sorpresa.

El ritmo diario de trabajo concentrado implica una cierta dirección que en la práctica delinea el contorno de un futuro. Y, aunque rara vez he pensado en cómo podría ser una empresa de 50 años de edad, casi todos los días me he dicho: “si vas a hacer una guitarra, intenta que sea buena”. Esa idea de esfuerzo me guía en cada tarea individual: dejar un traste bien colocado, ajustar la acción de las cuerdas más adecuada para una guitarra en concreto, o cualquiera de las otras mil cosas que intervienen en la creación de un buen instrumento para un músico. Y, con la perspectiva del tiempo, ese tipo de pequeñas decisiones cotidianas acaban dando forma a tu actividad en un sentido más amplio. En otras palabras, el simple hecho de intentar construir guitarras mejores cada día ayuda a marcar el camino del tipo de empresa que somos.

No quiero decir que las grandes cosas sucedan por accidente: ninguna compañía llega a estas edades por casualidad, sino que hace falta voluntad, esfuerzo y perseverancia para consolidarla. Pero eso se consigue a través de labores individuales que se llevan a cabo en un día, o incluso en una hora, pero siempre con la intención de lograr un buen resultado.

Nuestro deseo es construir las mejores guitarras que podamos, y espero que nuestros instrumentos transmitan esa intención.

Si llevas un tiempo leyendo Wood&Steel, sabrás que a Bob le gusta mucho ir de acampada. Hace unos años, Bob decidió comprarse un pequeño remolque para llegar a lugares remotos y disfrutar de algunas comodidades domésticas. Cuando le llegó el remolque, lo estuvimos examinando durante un rato y ambos tuvimos una callada sensación de decepción. Bob rompió el silencio para comentar que parecía como si lo hubiera construido alguien que odiaba su trabajo. O, como mínimo, alguien a quien le daba igual hacerlo bien o mal. Y tenía toda la razón. El objeto estaba ahí y era el remolque de camping que decía ser, pero algo fallaba. Inmediatamente, Bob empezó a hacer planes para reconstruirlo y convertirlo en lo que él quería que fuera.

Yo interpreto ese remolque mal hecho como una metáfora de mi forma de pensar en las guitarras. Los músicos sabemos ver que algo falla en un instrumento aunque no podamos identificar claramente ningún defecto en particular. Es como si tuviéramos una antena que, al tocar, nos permitiera detectar en el instrumento tanto la capacidad como (muy importante) la intención de su creador. En Taylor, ponemos toda nuestra intención en construir una buena guitarra. No siempre nos sale todo redondo; muchas veces, se nos pasa por alto un detalle o cometemos algún error. Esos fallos me molestan profundamente y nos motivan a hacer mejor nuestro trabajo. Aunque en ocasiones nos equivoquemos, nuestro deseo es construir las mejores guitarras que podamos y esforzarnos día a día para lograrlo. Y espero que los instrumentos que creamos transmitan esa intención.

Ahora que estamos haciendo balance de todo el tiempo y el trabajo que han llevado a Taylor Guitars a su quincuagésimo año de carrera, se nos presenta una muy buena oportunidad para preguntarnos qué clase de empresa queremos ser en el futuro. Personalmente, a mí me gustaría ser una de esas compañías que siempre quiere dar el máximo en todo lo que hace. El objetivo es tratar lo mejor posible a la guitarra que tenemos en el taller, a su intérprete, a los recursos forestales disponibles o a cualquier cosa que se nos confíe. Para lograrlo, seguiremos cada día al pie del cañón hasta que alcancemos nuestro próximo hito.

Kurt y Bob merecen que todos les felicitemos por la compañía que han creado y guiado durante cinco décadas. Para mí, es un honor formar parte de ese legado y aportar mi contribución al instrumento que amamos y a la comunidad de músicos que disfrutan de las guitarras que construimos. Estoy ansioso por continuar con esta aventura que nos llevará a cumplir 50 años más. Y, para ello, seguiremos avanzando día a día.

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Nacidas para perdurar

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Among the virtues of a well-made guitar are its ability to ripen sonically with age and its serviceability.

Ultimamente, he estado haciendo algunos arreglillos en varias guitarras que había construido ya hace tiempo. Una vez superada la bofetada de entender que ya no soy tan joven (las fechas de finalización escritas en las etiquetas de las guitarras lo dejaban bien claro), me lo pasé muy bien reparando piezas envejecidas y devolviendo los instrumentos a las condiciones de uso para las que fueron creados. Cuando los construí, ya contaba con que necesitarían algunos cuidados trás ser tocados durante un tiempo. Y me gustó encontrarme trastes desgastados y cejuelas que había que restaurar, porque eso significaba que los instrumentos estaban haciendo bien su trabajo.

Más o menos por aquellos días, mi mujer y yo estábamos buscando una secadora de ropa. Yo no compro secadoras a menudo, e intentaba que la cantidad de opciones disponibles no me abrumara. Unas costaban más, otras menos, y algunas de ellas tenían un montón de funciones que seguramente nunca llegaríamos a usar. Estaba a punto de elegir el modelo más barato cuando mi esposa hizo la siguiente reflexión: “¿qué secadora preferirías volver a comprar después de comprobar que no se puede reparar?”. ¡Qué buena observación! (Sí, acerté de pleno al casarme).

El contraste entre las dos experiencias me hizo pensar. Por un lado, un objeto es un objeto, ya sea una guitarra o una secadora de ropa. Pero, por el otro, estas guitarras tienen un aura de valor duradero porque nacieron destinadas a vivir mucho tiempo gracias al mantenimiento, mientras que la secadora barata está pensada para usarse solo hasta que falle el primer componente (en ese momento, lo más fácil es que haya que remplazar la máquina al completo).

Muchas veces, la vida útil de un instrumento de madera bien construido supera a la de una persona.

Lo que pasa con los objetos es que hay mucha cantidad. Con esto quiero decir que hay muchas opciones. Y, dentro de esas opciones, es una suerte encontrar algo que pueda asegurar un buen rendimiento durante un período largo. Una cosa que cumple su función y ofrece la ventaja de poder darle mantenimiento o repararla cuando algo falla tiene un plus especial.

A mí me encanta esa cualidad en un instrumento musical bien hecho, especialmente cuando es de madera. Si le pones cariño y dedicación desde el principio y lo diseñas con la previsión de que un día necesitará una manita, adquiere un valor inherente que será muy satisfactorio para el propietario. Así es: un instrumento crece y se desarrolla junto con el intérprete a medida que su madera va envejeciendo y ganando resonancia a lo largo de los años. Este rasgo es muy poco frecuente en el mundo de los objetos, y experimentarlo de primera mano es algo muy gratificante.

Aparte de la maduración constante del sonido y la respuesta, un instrumento irá acumulando rayones, muescas y mellas debido al uso. A mí me gusta pensar que va creciendo en experiencia y no en desgaste. Aunque muchos músicos admiran la riqueza del sonido que se va gestando en su instrumento con la edad y el uso, también vale la pena recordar que algunas cosas, como una guitarra bien hecha, merecen ser reparadas por el simple hecho de que se puede hacerlo. Al fin y al cabo, un gran paso en la senda de la sostenibilidad es reutilizar lo que ya tenemos.

Un instrumento crece y se desarrolla junto con el intérprete a medida que su madera va envejeciendo y ganando resonancia a lo largo de los años.

Otro aspecto que aprecio en un objeto bien elaborado es la capacidad de adaptarlo a un uso diferente. Por ejemplo: uno de los instrumentos que estaba reparando había sido ajustado por su dueño para generar una sensación y una paleta de sonidos que encajaran con la música de la banda en la que tocaba en aquel momento. Ahora, años más tarde, esa misma guitarra se estaba utilizando en otro contexto. Todo era distinto: el estilo de música, el enfoque interpretativo, los escenarios de presentación. Por lo tanto, fue modificada para adecuarla al nuevo marco musical, como si le cambiaras el vestuario para el segundo acto de una obra de teatro. Para mí, ese nivel de adaptabilidad es un elemento esencial de un buen diseño. Muchas veces, la vida útil de un instrumento de madera bien construido supera a la de una persona. Por lo tanto, parece lógico limitar las alteraciones permanentes que solo pueden responder a determinadas tecnologías cuya vida es mucho más corta que la del instrumento en sí.

Mira el caso de nuestras pastillas Expression System: el sistema se ha actualizado muchas veces desde que empezamos a instalarlo. Pero, con cada cambio, hemos tratado de mantenernos fieles a un mismo formato de potenciómetros para que las guitarras no quedaran obsoletas. La posibilidad de sustituir un componente por otro que funcione mejor en el futuro es una característica maravillosa y una excelente manera de adaptar un instrumento al uso de cada momento. Solo de vez en cuando podemos predecir las variaciones que un día podríamos incorporar a un diseño existente, pero el hecho de dejar esas opciones abiertas es un regalo por el que estaremos agradecidos como usuarios cuando llegue el momento.

Mi impresión es que esos mismos rasgos que me encantan en las guitarras (la capacidad de mantenimiento, reparación y adaptación) también son aplicables al mundo corporativo. Cuando se construye con dedicación y previsión de cara al futuro, una empresa puede funcionar en buenas condiciones durante mucho tiempo. Si algo va mal, los componentes se pueden arreglar y reemplazar. Las mejores empresas tienen esa durabilidad que les permite mantenerse en forma y continuar aportando valor. Son capaces de amoldarse a las necesidades de la época y a sus parámetros operativos para seguir siendo relevantes. Esas cualidades evitan que una empresa se quede estancada o llegue a caducar.

Esta temporada, estamos entusiasmados con el estreno de unos cuantos instrumentos recién salidos de nuestros talleres. Cada uno de ellos tiene su propio lugar en nuestro catálogo, que quiere servir a las necesidades de una enorme variedad de músicos por muchos, muchos años. Por más maravilloso que sea cada uno de estos instrumentos a día de hoy, yo me siento especialmente agradecido por poder diseñarlos y construirlos sabiendo que estarán al pie del cañón durante décadas, y que posiblemente me sobrevivirán. En esta temporada en la que Taylor Guitars se acerca a su 49.º aniversario, también quiero dar las gracias a Kurt y Bob por fundar y diseñar una empresa capaz de ofrecer un valor muy duradero en beneficio de toda la comunidad musical sin dejar de fortalecerse por el camino. Para mí es un honor seguir guiando a Taylor en esta aventura.

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Raíces eléctricas

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Andy reflects on the unique influence of Southern California culture on electric guitar design —including his brand-new electric line.

I love the guitar in all of its forms — flat-top guitars, classical guitars, archtop guitars, resonator guitars, electric guitars and everything in between. For me, the first guitar I had experience with was the acoustic guitar leaning in the corner of our home, which grew into a lifelong guitar passion. The first guitar I could lay a personal ownership claim to was an electric guitar, and wow, did I ever have fun with that. I already had an affinity for electricity, for magnets, and for how things worked, but even those points of interest were overwhelmed by the sheer charisma and excitement of electric guitars. Their shapes, sounds, expressions feel like they have their own gravity pulling attention toward themselves. The music made with those sounds layered on another level of enchantment I’ve never been able to shake off. Much of my formative time was spent playing electric guitars in bands with friends.

Growing up in Southern California, I was surrounded by the collision of surfing, skateboard, auto craft, music, art and architecture cultures, as well as the people creating them. I didn’t much recognize these influential cultures for what they were when I was younger, having been blinded by the veil of familiarity. I figured my hometown experience was typical and assumed everywhere else was like that. Having grown older and seen a wider variety of places, the uniqueness of my hometown picture is in sharper focus. The sights, sounds, influence of this Southern California experience is unique in my opinion, and it certainly informed the creations designed and made here. As I see it, there are few instruments that could so seamlessly blend those influences as electric guitars.

I love the flowing, organic curves and broad expression of sound I was exposed to during my earlier experiences with electric guitars.

One common thread among many of these Southern California cultures is they inherently are accompanied by a level of subjectivity. Lots of sports or other pursuits are easy to measure with metrics like the time elapsed during a race or which contestant crossed the finish line first. A pursuit like surfing or music isn’t so easily evaluated, as the act is based in aesthetic value. How a player performs is going to launch evaluative questions about how a listener was moved, the emotion conveyed, the physical experience or bravado behind the effort as much as whatever technical merits might be there. As an aside, it’s fun to imagine putting an objective measurement to something like a musical context. Imagine all the musicians in a symphonic orchestra racing to see who could be the first player to arrive at the final note. Or judging a piece of music the winner because it had the highest number of notes played. Cacophony aside, it’s apparent to me that many of the activities and creations I’ve lived among shouldn’t be evaluated with objective measurements.

Knowing there are creations and activities where value is based on aesthetics over numbers offers freedom to choose what we enjoy — that which moves us. I think that is one of the aspects of building and playing guitars I like so much — we’re free to choose what we like for the simple reason that we like it. Maybe a player likes the color of one instrument best. Or the shape, or the way it feels under their fingertips, or the sound. Maybe they like that a musical hero played something reminiscent.

I love that each player gets to choose what resonates with them.

In my case, I love the flowing, organic curves and broad expression of sound I was exposed to during my earlier experiences with electric guitars. That’s certainly a reason my tools first began to carve away wood and create a cutaway like the one that became the compound contour shaping seen on some Builder’s Edition guitars like our new 814ce. The smooth, ergonomic contours and edges carry a hint of an electric guitar inspiration with a hint of classical violin tradition, put into the context of a thoroughly modern acoustic guitar. Regardless of what the exact catalyst is, I love that each player gets to choose what resonates with them.

These personal music and cultural inspirations are a driving force behind the recent electric guitar creations that have come from my shop and have warranted a new brand and identity —something we call Powers Electric. These guitars are firmly rooted in the Southern California world I grew up in, with the influences I’ve felt reflected into the instruments themselves. This effort has a taste of coming full circle for me, as these are a culmination of a few decades of learning and ideas channeled into an instrument I wanted when I was a kid. These are serious guitars, which translates to serious fun and games. This season, as we bring to the forefront new instruments we’ve been working on, both acoustic and now electric, I hope you find some fresh inspiration in making music with them and a spark of the joy that ignited your interest in playing guitar to begin with. Whether an acoustic or an electric, large or small, six strings, twelve or some other number, have fun making music. It’s good to play.

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Herramientas para contar historias

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Una gran guitarra puede convertirse en algo tan íntimo y personal como las canciones y las historias que los instrumentos musicales nos ayudan a compartir.

Me encanta escuchar historias. Relatos de victoria o de tragedia, de introspección o de llamada a la acción. Para mí, las historias crean una forma de comunicación no solo entre las personas de nuestra época, sino también entre nosotros y las generaciones pasadas y futuras.

Por maravillosas que sean las historias habladas y escritas, cuando toman la forma de una canción adquieren un significado que va mucho más allá de las palabras cantadas (si es que hacen falta palabras…). Esas canciones, esas historias musicales, son una parte muy importante de lo que nos impulsa a construir guitarras. Cuando alguien pulsa las cuerdas, se transmite una emoción canalizada por una inacabable diversidad expresiva que trasciende cualquier límite. Cada intérprete, cada historia, es algo único.

Para responder a esa variedad de canciones que se tocan, parece que haría falta una multiplicidad proporcional de instrumentos con voces igualmente únicas. Todas las guitarras que hacemos en Taylor tienen su razón de ser, ya que las infinitas emociones de la música se comunican mejor si el propio sonido apoya la canción. Las características de distintas guitarras pueden parecer similares a simple vista. Y, para ser justos, hay que decir que, a veces, las diferencias entre un instrumento y otro son sutiles. Pero, haciendo un paralelismo, eso también pasa con los temas de las historias que contamos; por ejemplo, las que hablan de amores perdidos o encontrados. Aunque un asunto sea lo bastante universal como para que todos lo reconozcamos, al mismo tiempo puede tomar un cariz tan profundamente personal como para marcar un momento decisivo en nuestra vida. Los instrumentos musicales también son un poco así. Pueden parecer similares en algunos aspectos, pero, cuando forman parte de nuestra experiencia directa, nos damos cuenta de que cada uno es único y especial.

Las guitarras pueden parecer similares en algunos aspectos, pero, cuando forman parte de nuestra experiencia directa, nos damos cuenta de que cada una es única y especial.

Hace poco, estaba leyendo un libro de Iain McGilchrist titulado «El maestro y su emisario» (The Master and His Emissary, en su versión original en inglés) que trata la naturaleza bihemisférica de la mente humana y la influencia de esta estructura en nuestra experiencia. En su descripción de la manera en que la mente tiende a organizar los objetos inanimados, el autor señala algo muy interesante, y es que existen dos categorías que se agrupan entre las correspondientes a los seres vivos: los alimentos y los instrumentos musicales. Este detalle me pareció muy llamativo, porque habla de la relación extremadamente íntima y personal que los músicos mantienen con sus instrumentos y de la evolución continua de esa conexión. Las historias que contamos a través de nuestras canciones forman parte de un relato mucho más amplio que nunca deja de desarrollarse. De alguna manera, es como si una historia explicada con una canción fuera un mensaje que nunca deja de vivir y crecer.

Las guitarras que construimos nacen para ayudar a los músicos a contar sus historias. Esa miríada de conexiones humanas que se crean a partir de las canciones es un contrapunto a las informaciones neutras con las que los medios nos apabullan cada día. Todos estamos rodeados de titulares que reclaman nuestra atención en cada esquina y que, casi siempre, lanzan información sobre un problema en alguna parte. Con este telón de fondo de comunicación impersonal, la narrativa profundamente individual de un músico es casi un valiente acto de rebeldía.

Esto me recuerda a un poema breve de Longfellow titulado The Arrow and the Song (La flecha y la canción):

Lancé una flecha al cielo azul.
Cayó en la tierra, ignoro dónde.
Partió tan rauda que la vista
seguir su vuelo no logró.

Una canción lancé a los aires.
Cayó en la tierra, ignoro dónde.
¿Qué ojos pueden seguir el vuelo
infinito de una canción?

Mucho más tarde hallé en un roble
la flecha, entera todavía;
y la canción la encontré intacta
en el corazón de un amigo.*

Entre otros temas, estos versos sugieren que no siempre sabemos dónde, sobre quién y de qué forma tendrán algún impacto nuestras historias. Sin embargo, frente a esta incertidumbre, los músicos encontrarán el coraje para dar un paso adelante, compartir sus canciones con quienes puedan escucharlas y seguir caminando con su arte acompañados de sus instrumentos.

Por este y otros motivos, en Taylor Guitars nos sentimos muy afortunados por poder ofrecer las guitarras de nuestra última colección, que puedes ver en nuestra guía de productos. Verás que hay propuestas muy variadas en cuanto a influencias, maderas, sonidos y sensaciones: la idea es encontrarnos con los músicos allá donde sus canciones les lleven. Algunos modelos están construidos con materiales humildes y complementos modestos; otros vienen envueltos en una estética suntuosa que embelesará a sus dueños. Sea cual sea el lugar hacia el que te guíe tu música, esperamos estimularte para que toques, compartas tus canciones y cuentes tus historias.

*Traducción de Agustí Bartra: Antología de la poesía norteamericana, UNAM, 1959

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La rueda de la fortuna

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La experiencia ha enseñado a Andy que la suerte sonríe a los que resuelven problemas... con algo de ayuda de personas afines que les guían por el camino.

Soy muy afortunado. Es más, diría que siempre lo he sido. Y, para mí, la fortuna no tiene que ver con circunstancias favorables, golpes de suerte o dinero caído del cielo, sino con la capacidad de hacer el trabajo necesario para superar los retos del día a día. Ese trabajo te permite seguir adelante en la dirección en la que quieres ir. Y lo que lo hace difícil es que cada día parece traer un nuevo problema que resolver.

Como oportuna contrapartida a esas complicaciones, he constatado que las cosas que te hacen falta para sortear los obstáculos suelen aparecer en el momento justo. En muchas ocasiones, esas ayudas se presentan en forma de personas que tienen algo que enseñarte. Y eso es precisamente lo que me hace sentir afortunado. Desde que tengo uso de razón, me he ido encontrando con gente de la que he podido aprender. Algunas veces he tenido la oportunidad de observarles; otras, han intervenido directamente en mis empeños. Aunque las enseñanzas son tan infinitas como nuestros propios pensamientos, las aportaciones de los demás nos enriquecen muchísimo porque su influencia nos va moldeando para mejor. 

Una de esas influencias es mi esposa Maaren. Es la persona más maravillosa del mundo (vale, en esto no soy objetivo) y tiene una enorme sabiduría natural que le surge espontáneamente. Muchas veces oigo cómo les dice a nuestros hijos: «haz el trabajo que tienes delante y acabará saliendo solo». No se me ocurre una mejor forma de expresar la actitud que se necesita para superar creativamente las tareas a las que nos enfrentamos. 

De hecho, así piensan todas las personas emprendedoras de las que he tenido el privilegio de aprender. Simplemente, sacan el trabajo hacia adelante. No esperan el permiso imaginario de una autoridad externa para empezar; se ponen manos a la obra sin más. Esto me recuerda a una comparación que leí una vez: un profesional sabe lo que necesita para hacer un trabajo, mientras que un emprendedor utiliza lo que tiene a su alcance para llevarlo a cabo.

Bob y Kurt son dos personas con las que he tenido el gran honor de convivir y aprender. Han pasado (y pasan) horas, días, años afrontando el trabajo que tienen por delante, superando todos los desafíos imaginables para seguir avanzando en la dirección que han elegido: consolidar una gran empresa de guitarras. Durante décadas, los dos han trabajado codo con codo centrándose en sus diversas tareas y remando juntos hacia un objetivo común: diseñar, construir y vender instrumentos que respondan al uso que les dan los músicos, y hacerlo de la forma más positiva posible para nuestros recursos forestales, proveedores, empleados, distribuidores y clientes. Es una misión difícil que se fragmenta en innumerables labores individuales durante toda una vida de trabajo. ¡Pero qué trabajo tan maravilloso! 

Siempre me ha encantado dedicarme a todo lo que rodea a la construcción de guitarras, desde las faenas más mundanas y rutinarias hasta la resolución de los problemas de cada día. Desde hace casi doce años, ha sido un placer hacerlo junto a Kurt y Bob y ver cómo sus aportaciones se complementan entre sí. Es como si cada tarea cumplida fuera una nueva línea trazada en un dibujo gigante trazado por puntos. Me han aceptado e incluido generosamente en su trabajo, y les agradezco su tesón y sus enseñanzas. Ha sido fantástico participar en ese esfuerzo y poner mi granito de arena para avanzar hacia nuestra meta de construir instrumentos de calidad para los músicos y, al mismo tiempo, compartir la satisfacción de ese trabajo con los que nos rodean. Corren buenos tiempos en Taylor Guitars, y nos alegra mucho que forméis parte de ello.

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La alegría del creador

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En Taylor, el proceso de elaboración de hermosas y prácticas herramientas musicales suele ir acompañado de una profunda sensación de entusiasmo creativo.

Solo con pasear distraídamente por los talleres de Taylor, queda claro que aquí nos encanta hacer cosas. En todos los rincones de nuestro campus se respira creatividad en estado puro. El carrusel de imágenes, sonidos, aromas y otros estímulos sensoriales es casi abrumador. En nuestro taller de maquinaria, las virutas de aluminio flotan como polvo de estrellas alrededor de una nueva pieza de guitarra aún sujeta a una fresadora. Un poco más allá, una máquina está siendo desmontada en partes y sus componentes gastados se sustituyen por repuestos que la devolverán a la acción. Y desde detrás de una zona protegida irradia el resplandor de alta energía de un soldador de arco, que funde piezas de acero para crear un carrito a medida que transportará guitarras a medio construir. Ni siquiera hace falta entrar en nuestro taller de elaboración de guitarras para asistir a todo tipo de tareas creativas.

Sin embargo, penetrar en la primera sala de producción efectiva de instrumentos es una experiencia sensorial de otro nivel. Después de atravesar un aserradero abarrotado de maderas e impregnado de sus aromas, venidos de todas partes del mundo, llegarás a una zona de almacenamiento y aclimatación de maderas listas para usar y catalogadas como libros en una biblioteca. Más adelante, irás pasando por distintos territorios de sonidos y visiones: el apacible silencio de una sala en la que se colocan varetas, la calculada precisión del modelado de un mástil; el bullicio y el zumbido del acabado, el pulido y la afinación de cuerdas. Mires donde mires en Taylor, hay un trabajo creativo que da vida a las guitarras.

Para mí, así es como debe ser. El deseo de crear algo útil y bonito es un impulso muy fuerte, y tan primario como artístico, refinado y admirado. Y el método para ello puede adoptar muchas caras. Algunos proyectos se llevan a cabo solo con las manos; otros, con cepillos, herramientas e instrumentos, o incluso con una fábrica entera llena de máquinas. En su prólogo a la versión en inglés de «La belleza del objeto cotidiano», una colección de escritos de Sōetsu Yanagi, el alfarero y escritor Bernard Leach define la artesanía como «un buen trabajo proviene de un hombre completo, con corazón, cabeza y mano en equilibrio adecuado». Más que una adhesión estricta a un método, un conjunto de herramientas o un proceso industrial específicos, el deseo de crear algo intensamente maravilloso que beneficie y enriquezca al usuario es un instinto tan antiguo como la vida misma.

El deseo de crear algo intensamente maravilloso que enriquezca al usuario es un instinto tan antiguo como la vida misma.

Este deseo de crear comienza desde una edad muy temprana. Con tres niños pequeños, mi casa rara vez está ordenada, aunque no por falta de esfuerzo por mantenerla limpia. El proceso creativo tiende a explosionar en ráfagas de energía que suelen implicar pintura derramada, gotas de pegamento y piezas usadas de innumerables materiales. Y de algún lugar de ese caos material surge lo que a mí me gusta llamar «la alegría del creador», esa emoción curiosamente profunda que acompaña a una nueva creación. En nuestro hogar, eso se manifiesta en un festival de gritos seguidos de: «¡ven, mira lo que he hecho!».

Sospecho que esto es común a todos los niños, pero es interesante observar que esa misma sensación también invade a la mayoría de los creadores. Los cantautores y compositores no son inmunes a ello. Los músicos y pintores también conocen perfectamente ese sentimiento. Y lo mismo vale para maquinistas, soldadores, mecánicos de coches, carpinteros y constructores de guitarras. Nos encanta hacer nuestro trabajo y sentirnos inmersos en el proceso.

Yo mismo he orientado mi vida en esa dirección, y he tenido tiempo y ocasión de comprobar que el proceso de creación puede ser catalizado tanto por el deseo de crear una cosa en particular como por el simple hecho de tener a mano un material que puede dar origen a algo. Nada lo ilustra mejor que una conversación que tuve con nuestra hija de siete años cuando entró en el viejo granero que uso como taller casero. Fue algo así:

‒ Papá, dame un trozo de madera.

‒ Vale, ¿qué quieres hacer?

‒ Aún no lo sé. ¿Qué tienes que pueda usar?

Ahí lo tenemos: ella ya sentía ese deseo de crear algo, aunque no tenía ni idea de qué objeto iba a hacer. Sencillamente, el material disponible la llevaría a ese lugar de fuerza creativa. En un episodio similar, un amigo que hace tablas de surf me dejó en el taller un núcleo de tabla de espuma para que lo recubriera con fibra de vidrio. Más tarde, se fue a su casa con una cuña de cedro que yo le había dado porque no valía para una tapa de guitarra. Aunque en ese momento el destino de la madera aún no estaba decidido, era evidente que el propio material iba a actuar como catalizador para un proyecto simplemente por el maravilloso aroma de la madera, por ejemplo, y que ese aroma podría guiar el proceso hacia aquello en lo que la cuña acabaría convertida.

Muchas veces, a los músicos les viene la inspiración en situaciones parecidas. Es posible que escriban canciones nacidas de la voluntad de hablar sobre un tema en particular o de plasmar una emoción en una narrativa musical. Pero, con la misma frecuencia, yo he visto a músicos que componen un tema a partir de una melodía tarareada que tiene gancho, o del sonido de cierto acorde o ritmo que abre nuevas posibilidades. Este fue el espíritu que dio forma a la reciente reinvención de las guitarras de la Serie 700. Todo parte del momento en que nuestros colegas empezaron a cortar piezas de koa hawaiana que revelaron un espléndido colorido y veteado; franjas y remolinos que cuentan historias de crecimiento, cambios de estación, tormentas y años que pasan. Esa madera clamaba por ser convertida en algo hermoso y profundamente musical. Ahora, unos años después del corte inicial de aquellos árboles de koa, estamos sintiendo la alegría del creador con estos instrumentos. Y esperamos que, ya sea en uno de estos nuevos diseños de guitarra o en un modelo clásico de toda la vida, tú también encuentres la alegría del creador: la inspiración para inventar una melodía, rasguear un ritmo espontáneo y paladear la sorprendente armonía de un acorde que acabas de descubrir.

El Talento

Un viaje sin final

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Andy reflexiona sobre la construcción de guitarras como búsqueda constante y ensalza la alegría de hacer nuevos descubrimientos.

Solo con pasear distraídamente por los talleres de Taylor, queda claro que aquí nos encanta hacer cosas. En todos los rincones de nuestro campus se respira creatividad en estado puro. El carrusel de imágenes, sonidos, aromas y otros estímulos sensoriales es casi abrumador. En nuestro taller de maquinaria, las virutas de aluminio flotan como polvo de estrellas alrededor de una nueva pieza de guitarra aún sujeta a una fresadora. Un poco más allá, una máquina está siendo desmontada en partes y sus componentes gastados se sustituyen por repuestos que la devolverán a la acción. Y desde detrás de una zona protegida irradia el resplandor de alta energía de un soldador de arco, que funde piezas de acero para crear un carrito a medida que transportará guitarras a medio construir. Ni siquiera hace falta entrar en nuestro taller de elaboración de guitarras para asistir a todo tipo de tareas creativas.

Aunque esa sucesión de anticipación y logro puede ser un ritmo natural, algunas actividades como construir guitarras o tocar música parecen discurrir más bien por una vía de avance continuo y sostenido. Claro, ahí también está la expectación y el gozo de encordar un instrumento por primera vez después de haber pasado horas, semanas y meses en el banco de trabajo, o la satisfacción de tocar una nueva canción tras haberla estado practicando durante un tiempo. Pero ese momento no es una conclusión como puede ser una línea de meta, sino un paso más en una travesía interminable.

No hay ningún punto en el que se pueda decir que has llegado al final de la creación de instrumentos o del aprendizaje musical. Ambas disciplinas son una incesante búsqueda de más conocimientos, más habilidades, nuevas ideas que explorar, nuevas piezas que construir. Este trayecto se vive en forma de miniciclos de trabajo-recompensa, como encolar un diapasón y contemplar un buen resultado, instalar unos trastes y admirar su fluida consistencia o tocar una nueva secuencia de acordes y apreciar cómo cada uno encaja en el siguiente de formas sorprendentes.

Cuando era pequeño, mi padre (que era carpintero) me decía que tenía que aprender a amar el trabajo, porque ocupa muchísimo tiempo de nuestra vida. Estas palabras podrían ser malinterpretadas como una sombría resignación, pero yo las entendí como un sabio consejo impregnado de optimismo y posibilidades. Con ese mensaje, mi padre quería animarme a reconocer y valorar la miríada de pequeñas tareas que forman parte de un proyecto más grande y motivador. Y eso tiene todo el sentido. Su esfuerzo como carpintero estaba dirigido a crear una casa hermosa. Estamos hablando de un proyecto ambicioso, pero puede dividirse en miles de pequeños trabajos que disfrutar uno a uno, clavo a clavo, tablón a tablón.

Construir una guitarra o aprender y tocar música tampoco es cualquier cosa, pero igualmente se puede descomponer en pequeñas acciones. Y cada una tiene su gracia.

De hecho, la interpretación musical puede ir aún más allá de la construcción de casas o guitarras en esa idea de viaje sin destino final. Yo he tenido el privilegio de tocar con músicos increíbles, y siempre me ha quedado claro que nunca dejan de aprender. No hay un momento en el que se planten porque ya creen que tienen todos los conocimientos y habilidades que necesitaban y han tocado todas las canciones que querían. Nada más lejos de la realidad: los músicos siguen avanzando, refinando sus capacidades, sumergiéndose en nuevos estilos e influencias, ampliando la gama de sonidos que dan forma a su creación artística. Cuando estudiaba en la universidad, un profesor de música resumió este concepto con una pregunta retórica: «¿cuántas veces puedes practicar una escala de Do mayor, la más sencilla de todas? Nunca las suficientes».

He tenido el privilegio de tocar con músicos increíbles, y siempre me ha quedado claro que nunca dejan de aprender.

Desde esta perspectiva de trabajo en constante evolución, no es difícil imaginar un mundo de proyectos que se reinventan continuamente y en el que las cosas que ya existen se pueden utilizar como plataforma para nuevos objetivos. En algunos casos, este enfoque es muy positivo. A mí me encanta escuchar una canción o una melodía conocida, pero reimaginada con un nuevo estilo o instrumentación. Como fabricantes de guitarras, nos encanta partir del trabajo que ya hemos hecho y reinterpretar nuestras piezas favoritas desde una nueva inspiración y con un aspecto o sonido diferentes. Pero, más allá de esos modelos ya existentes, nos entusiasma la frescura y la energía que aportan las últimas incorporaciones a nuestro catálogo de trabajo. Una nueva creación no hace que una obra anterior quede empalidecida ni obsoleta, igual que una canción recién escrita no le quita valor a un clásico imperecedero. Simplemente, se suman al repertorio.

Yo mismo me sorprendo ante la cantidad de opciones de nuestra actual línea de instrumentos. Cuando me doy cuenta de cuántas versiones distintas de guitarras estamos haciendo me siento casi abrumado, y por un momento fugaz me quedo preguntándome cómo hemos llegado hasta este punto. Pensar en cada una de estas guitarras como una obra individual también nos recuerda que todas ellas tienen un propósito y son el resultado de nuestra labor continua como luthiers. El trabajo que le dedicamos a cada diapasón, traste, tapa, mástil o cuerda es un pequeño desafío del cual disfrutar en nuestra vida de artesanos. Algunos de esos modelos son los clásicos a los que volvemos una y otra vez. Otros, como las guitarras Grand Theater de nogal o caoba, son creaciones actuales con otros sonidos. La nueva Grand Pacific Flametop con tapa de arce flameado ha irrumpido en nuestro repertorio de guitarras con tapa de madera dura demostrando una personalidad muy marcada desde el principio.

En Taylor tenemos la gran suerte de poder paladear todos los pequeños pasos que intervienen en la creación de nuestras guitarras, ya sean desarrollos recientes o modelos entrañables que ya llevan mucho tiempo con nosotros. Y nos encanta escuchar las canciones que los artistas sacan de los instrumentos que eligen para expresar su música.

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El Talento

Valor duradero

Bajar

Una forma de contribuir a la sostenibilidad es crear guitarras que inspiren a varias generaciones.

Solo con pasear distraídamente por los talleres de Taylor, queda claro que aquí nos encanta hacer cosas. En todos los rincones de nuestro campus se respira creatividad en estado puro. El carrusel de imágenes, sonidos, aromas y otros estímulos sensoriales es casi abrumador. En nuestro taller de maquinaria, las virutas de aluminio flotan como polvo de estrellas alrededor de una nueva pieza de guitarra aún sujeta a una fresadora. Un poco más allá, una máquina está siendo desmontada en partes y sus componentes gastados se sustituyen por repuestos que la devolverán a la acción. Y desde detrás de una zona protegida irradia el resplandor de alta energía de un soldador de arco, que funde piezas de acero para crear un carrito a medida que transportará guitarras a medio construir. Ni siquiera hace falta entrar en nuestro taller de elaboración de guitarras para asistir a todo tipo de tareas creativas.

En los últimos meses, ha habido pocos días en los que no acabase dándole vueltas a la cabeza después de pasar por una situación complicada o de oír hablar de algún problema. Giras musicales canceladas, cosechas malogradas, materiales que no llegaban y, lo peor, la tragedia de perder a un ser querido. Sin embargo, a pesar de estos golpes y decepciones, doy gracias por poder seguir construyendo guitarras. Las cosas pueden torcerse terriblemente, pero siempre quedará algo bueno que hacer. Cuando pensamos en todo lo que puede salir bien, las dificultades parecen flotar y difuminarse en el telón de fondo de un cielo nocturno.

En mis inicios en el mundo de la guitarra, me centraba únicamente en el instrumento y el músico. Era el contexto más amplio en el que podía pensar; la vida en el taller era una persecución diaria a la gran pregunta: ¿hasta qué punto se puede llegar a mejorar un instrumento? Y parece que la mejor respuesta sigue siendo la más pragmática: un poquito cada día. En Taylor, ese enfoque nunca ha dejado de crecer para incluir la promoción y gestión de operaciones forestales y la creación de un entorno inmejorable en que empleados de todas las procedencias puedan contribuir con su trabajo y disfrutar de las recompensas. Y todo ello manteniendo a la guitarra y al músico en el centro de los esfuerzos.

La vida de una guitarra no tiene por qué acabar con su primer propietario.

Andy Powers

En Taylor hablamos mucho de sostenibilidad para referirnos al uso responsable de los recursos, al propósito de dejar los bosques mejor que como los encontramos y a las formas de perfeccionar la producción cuidando nuestro impacto en el entorno. Tenemos la sensación de que la palabra «sostenible» se ha utilizado tanto que se ha desgastado y desvirtuado, así que intentamos utilizarla con cautela. Otra manera de decir lo mismo es que estamos comprometidos con la búsqueda de mejores estrategias para impulsar nuestro trabajo y aumentar los niveles de rendimiento. Como constructor de guitarras, se me ocurre que una de las decisiones más fundamentales que podemos tomar es la de hacer algo que tenga un valor intrínseco y duradero, algo que un músico quiera usar durante mucho tiempo. Yo lo veo así: una gran guitarra tiene una vida útil mucho más larga que la de la mayoría de las cosas en las que invertimos (coches, ordenadores y muchos otros objetos que podemos tener). La idea es que el instrumento esté hecho para satisfacer a un músico durante décadas antes de que pase a las manos de su sucesor. La vida de una guitarra no tiene por qué acabar con su primer propietario. Y la mejor manera de preservar los inestimables recursos y esfuerzos volcados en una guitarra es materializarlos en un instrumento que los músicos quieran seguir tocando a través de varias generaciones.

Muchos artistas se preguntan cómo pueden integrarse las tecnologías modernas en un instrumento acústico. Está claro que hay posibilidades muy interesantes, pero la realidad es que una guitarra acústica no se mueve necesariamente en la misma línea temporal que un producto construido con tecnología digital. Todos sabemos que las maravillas digitales del mundo moderno surgen y quedan obsoletas a un ritmo difícil de seguir. En cambio, una guitarra acústica ofrece al músico una voz que servirá para cantar canciones hoy, mañana y dentro de un siglo. De hecho, a todos nos encantan las virtudes de un instrumento antiguo que, como muchos de nosotros, ha tenido tiempo de madurar con sus experiencias para ofrecer una perspectiva más profunda y completa. Desde ese punto de vista, parece que la mejor aplicación de nuestras tecnologías modernas es ponerlas al servicio de la longevidad de un gran instrumento y del músico, en lugar de utilizar materiales que han crecido durante décadas o siglos para adaptarlos a la última tecnología pasajera.

Esto me hace pensar en varias herramientas antiguas que tengo en el taller. Mi tatarabuelo hizo una importante inversión para comprarlas. Durante el siglo pasado se mantuvieron en perfecto estado de funcionamiento, ya que estaban bien construidas, se consideró que eran utilizables y valiosas y, por lo tanto, se cuidaron con esmero. Ahora, mucho tiempo después, son tan precisas y útiles como el primer día. A veces me pregunto si los artesanos desconocidos que trabajaban en la empresa Starrett en aquel entonces se imaginaban que las herramientas que fabricaban durarían y serían apreciadas por tanto tiempo.

Una gran guitarra es duradera y ofrece al músico una satisfacción igualmente duradera. Y eso parece un buen punto de partida para aportar algo bueno a partir de lo que se nos ha confiado. Para mí, es un privilegio trabajar junto con los demás empleados-propietarios de Taylor Guitars para conformar una empresa más sostenible que mantenga nuestra cultura, nuestros bosques, nuestras guitarras y la música de todas las personas a las que servimos. Da igual si tocas pocas canciones para mucha gente o muchas canciones para pocos oyentes: espero que disfrutes de cada nota que se deslice hacia sus oídos antes de desaparecer en el cielo de la noche.

El Talento

No hay nada como estar en casa

Bajar

Andy explora las diversas formas en que una guitarra (o una comunidad reunida en torno a ella) puede reconfortar el espíritu.

Me encantan los juegos infantiles. En nuestra casa, los niños se pasan el día jugando al escondite o al pilla-pilla. Como contrapunto a la emoción de las persecuciones, en estos juegos suele haber un lugar designado para refugiarse que los niños conocen como «casa». Allí, están a salvo de sus acechadores. Este tipo de juegos primitivos me parecen un reflejo de lo que sucede a nuestro alrededor. Al fin y al cabo, la búsqueda de refugio es un instinto universal. Un puerto que acoge a un barco, la promesa infalible de una luz resplandeciente en el porche de una casa, el paisaje familiar de nuestro querido lugar de origen… Todo ello evoca una sensación de llegada que nos da tranquilidad. Y lo mismo ocurre en el mundo de la música.

Para muchos de nosotros, tocar un instrumento es algo más que lo que, desde fuera, parece un mero pasatiempo. Cuando tenemos una guitarra en las manos, nos transportamos temporalmente a una burbuja aislada de la tensión y el ajetreo del mundo exterior. En ese espacio musical, incluso podemos reflexionar mejor sobre hechos pasados y presentes. Esta idea de «casa» también impregna las propias estructuras musicales. En la escuela estudié la forma de la sonata clásica, en la que una melodía empieza en un marco estable, luego se va desarrollando y alejando de ese punto de referencia melódico y tonal, genera una tensión que va creciendo hasta llegar a un clímax y se acaba resolviendo musicalmente con una enorme sensación de alivio cuando la melodía vuelve a casa, a la tonalidad y la estructura temática de la que salió.

La idea de casa también puede ser la base sobre la que se fundamenta una comunidad. Esta palabra, «comunidad», se usa en muchos contextos y con múltiples acepciones. Hace poco, escuché decir que una comunidad es un lugar en el que una persona «aparece» o se presenta de forma recurrente. Y esta definición me parece correcta en muchos aspectos. Como comunidad de músicos, nos encanta aparecer y compartir nuestros espacios de seguridad musicales con los compañeros. Sin embargo, más allá de ese hecho de aparecer, hay ocasiones en las que una comunidad se construye alrededor no solo de un lugar, sino de un propósito compartido. Taylor Guitars es una de esas comunidades. A nivel superficial, nuestras fábricas y centros de trabajo son espacios en los que todos aparecemos. Ahí están nuestros talleres, herramientas, maderas y materiales. Cada uno de nosotros se presenta en esos lugares para llevar a cabo su tarea individual, pero nos une el propósito compartido de crear los instrumentos más expresivos que podamos para animar a los músicos a materializar su arte.

Cuando tenemos una guitarra en las manos, nos transportamos temporalmente a una burbuja aislada de la tensión y el ajetreo del mundo exterior.

Para mí, ahí hay un paralelismo con la guitarra en sí misma, puesto que es un instrumento formado por varias partes que «se presentan» en un mismo lugar. El fondo, la tapa, los aros, el puente, el mástil y el diapasón comparten un espacio y configuran una comunidad de componentes interactiva. Cada parte tiene su función individual y contribuye al éxito general de la guitarra. Todos los elementos tienen su propia forma y material, y ocupan un lugar único en el conjunto como piezas de un rompecabezas complejo. Sin embargo, cuando esos componentes se conectan, forman una comunidad unida en el propósito de emitir una voz que inspire a los músicos. Ese pequeño microcosmos da lugar a un resultado (un propósito) que va mucho más allá del simple ensamblaje de elementos: le da una sensación de «casa» a un guitarrista.

Otro aspecto implícito en un hogar es el sentido de permanencia. Nuestra comprensión colectiva del concepto de hogar incluye la idea de que es un lugar que siempre está ahí, inmutable y dándonos la bienvenida. Yo creo que esta es la razón del desconcierto que sentimos cuando volvemos a visitar la casa de nuestra infancia y la encontramos pintada de un color diferente al que recordábamos, o vemos que han retirado aquel listón que tenía marcadas las líneas de altura trazadas por nuestros padres a medida que íbamos creciendo.

Pero un hogar es más que un lugar físico: es un entorno que se adapta lenta y continuamente a las necesidades y acciones de la familia que lo habita, de la misma manera que una canción adquiere una nueva dimensión cada vez que se interpreta en directo y refleja un estado de ánimo en particular. Esta lenta metamorfosis es lo que permite que un hogar sea algo permanente: pervive en el tiempo sin caer nunca en un estado de abandono. Si se deja intacto e invariable, los estragos de la propia existencia erosionan todo lo que hace bueno a un hogar o una comunidad, y para reanimar su vitalidad acaba siendo necesaria una reforma total.

El fondo, la tapa, los aros, el puente, el mástil y el diapasón comparten un espacio y configuran una comunidad de componentes interactiva.

Un amigo mío tiene una guitarra muy antigua que le encanta. En cien años, ha pasado por tantas reparaciones, cambios y operaciones de mantenimiento que ya queda bien poco de la guitarra original, excepto la forma diseñada por su creador. Pero, aunque este instrumento está formado casi en su totalidad por componentes reemplazados y restaurados, sigue siendo tan relevante en un contexto musical como cuando fue construido. Me atrevería a decir que, si esta guitarra todavía ofrece una voz hermosa, útil e inspiradora, es gracias a la metamorfosis gradual que ha ido experimentando a lo largo de los años. Si la hubieran abandonado a su suerte, ya hace décadas que habría caído en un estado de lamentable desuso.

Haciendo una analogía, la sostenibilidad a largo plazo de esta comunidad a la que llamamos Taylor Guitars solo es posible a través de una metamorfosis lenta y deliberada. Después de varios años de planificación, hemos impulsado la transición hacia una estructura de empresa cuya propiedad pertenece a los empleados. A todos nos encanta este lugar y el trabajo que hacemos aquí. Nos sentimos en casa al cruzar estas puertas, reconocer esos olores familiares y escuchar los sonidos de la fabricación de guitarras. Gracias a esta estructura, la comunidad de Taylor ha encontrado un hogar que perdurará más allá de Kurt, Bob y yo mismo; un hogar que puede evolucionar y responder a las necesidades de la familia de empleados-propietarios que lo habitan y de los músicos que disfrutan de los instrumentos que a nosotros nos entusiasma crear. Aunque seguiremos amando nuestro trabajo cotidiano, las guitarras que hacemos ganan algo más de significado cada día que pasa, porque las construimos sabiendo que ofrecen un espacio de «casa» tanto a los músicos como a los artesanos.

Artesanía

Instrumentos de cambio

Bajar

Evolucionamos constantemente en respuesta a las épocas de cambio, desde los instrumentos musicales hasta las canciones que tocamos con ellos.

Papá! ¡Ven a ver esto!».
El tono de aquella voz juvenil dejaba claro que algo extraordinario estaba ocurriendo en el jardín, más allá de la puerta de mi taller. Eché una mirada rápida por la ventana y no vi nada que me llamara la atención. «No, papá, tienes que venir hasta aquí. Desde ahí no lo verás».

Dejé a regañadientes el proyecto en el que estaba enfrascado para encontrarme a uno de nuestros hijos medio oculto debajo de un arbusto. Había estado persiguiendo a una pequeña criatura que huía de sus manos curiosas. «Tienes que arrastrarte hasta aquí para verlo. ¡Es muy importante!». 

Seguramente no era la ocasión ideal para un cambio de perspectiva, pero supongo que ninguna lo es en su momento. Este último año ha provocado tantos cambios de perspectiva que la percepción del paso del tiempo parece haberse desvanecido por completo. En una época tan revuelta, es fascinante escuchar cómo la música y sus creadores responden a los cambios de la sociedad y ponen la banda sonora.

Escuchar la música que un intérprete ofrecerá desde su propia perspectiva cambiante es un auténtico tesoro.

Hace poco, leí un ensayo del escritor británico G. K. Chesterton en el que comentaba la frase hecha «la historia se repite». Seguramente la he repetido mil veces sin pararme a pensar en su significado, pero, tal como Chesterton señala acertadamente, en realidad la historia es una de las pocas cosas que nunca se repiten. Las reglas de la aritmética, las leyes de la física, el movimiento de los planetas y los mecanismos de la mayoría de otros campos de estudio sí lo hacen. Un conjunto de números determinado dará exactamente el mismo resultado cada vez que los sumes. En cambio, las secuencias de acontecimientos y hechos históricos pueden adoptar tendencias reconocibles, pero nunca funcionan exactamente de la misma manera.

Lo mismo ocurre en el mundo de la música y los instrumentos. La historia de la música es un flujo de dinamismo, progreso y desarrollo. Igual que las demás artes, la música nunca se ha repetido del todo ni ha permanecido en un estado de perfecta redundancia. Es un torrente de creatividad que no puede ceñirse a una perspectiva espacio-temporal fija. Hasta la invención de la música grabada y los dispositivos mecánicos de reproducción de sonido, era imposible que dos ejecuciones de una misma pieza musical fueran exactamente iguales, independientemente de cuánto practicara el intérprete. Cada repetición de una pieza tomaría la forma de un día puntual en una temporada en particular, y quedaría sazonada por las singularidades del momento, fueran sutiles o muy notorias. 

Esta misma línea de desarrollo se puede observar en los instrumentos musicales. Aunque cada guitarra conserva una personalidad propia, con una voz matizada y madurada por el uso habitual, he tenido el privilegio de asistir a la creación progresiva de muchos instrumentos y probablemente también veré la evolución futura de la guitarra tradicional. Cada época, incluso cada día, se enfrenta a un conjunto de sucesos único que influirá sobre una guitarra construida en ese momento. La disponibilidad (o la carencia) de ciertos materiales y las herramientas y métodos utilizados para crear instrumentos cambian con los años. Por supuesto, lo mismo ocurre con el concepto, la filosofía y la estética que hay detrás de cada diseño. En algunos períodos, estos cambios son drásticos y muy fáciles de detectar. En otros, son tan tenues como el ángulo de los rayos de sol que entran por la ventana de un taller. Tras estos cambios, sean minúsculos o monumentales, los instrumentos ya no serán los mismos, ni tampoco la música que se tocará con ellos.

Igual que en otras facetas de la vida, en el mundo de la construcción de guitarras es fácil caer en la nostalgia de los viejos tiempos. Muchas veces me veo rodeado de herramientas aparentemente antiguas que vienen de un oficio muy anterior a mí, y yo aprovecho para recoger las gemas de esa sabiduría que tanto esfuerzo les costó adquirir a los que llegaron antes que nosotros. Es muy inspirador admirar la dedicación de un luthier a un instrumento construido hace décadas, pensar en todas las melodías que han emanado de su voz durante años y evocar la alegría que esas canciones han traído. Apreciar la belleza y recordar los buenos momentos que un instrumento le ha dado a su intérprete es tanto una recapitulación como un estímulo para tomar las herramientas con energías renovadas y seguir mirando hacia adelante. Aunque un desvío por el carril de la memoria siempre es una digresión valiosa y gratificante, ese es un territorio en el que no se puede residir permanentemente.

Lo que no cambia es la intención detrás de esos instrumentos, creados para inspirar y servir a la expresión dinámica de cada intérprete que los acoge en sus manos. La música crece, cambia, se ramifica y converge continuamente cada vez que se comparte una historia, un ritmo, un melodía y un estribillo, como un árbol que se hace claramente más alto y más ancho cimentado en unas raíces invisibles pero ancladas de forma inamovible en la tierra de la sociedad. Y construir instrumentos nacidos para servir a esta fuerza creativa es un privilegio impagable.

Ha sido inmensamente gratificante ver cómo las guitarras GT y American Dream, las últimas en llegar a nuestro catálogo de instrumentos, se han abierto camino en las canciones de la gente. Escuchar la música que un intérprete ofrecerá desde su propia perspectiva cambiante, ya sea una canción de toda la vida o un tema recién compuesto, es un auténtico tesoro. El nexo entre una voz fresca, una nueva sensación y un marco inédito en el tiempo y el espacio crea un escenario ideal para el renacimiento musical; un medio en el que los artistas siguen persiguiendo esa chispa creativa que se lanza hacia adelante como una criatura viva de energía incontenible. 

Un cambio de contexto se puede percibir como algo extemporáneo que nos lleve a desear con añoranza que las cosas fueran como las recordamos. Pero también significa una estimulante oportunidad para crecer con cada uno de los acordes y canciones que tocamos mientras avanzamos hacia un nuevo día.

Andy Powers es el diseñador jefe de guitarras de Taylor.

Artesanía

La música, la divisa de la emoción

Bajar

En tiempos difíciles, hacer música puede ser tan esencial como disponer de alimento y de un techo

“Si estos árboles hablaran, ¿qué nos contarían?”

Esta pregunta me hizo detenerme por un momento y pensar qué era exactamente lo que estaba viendo. Tenía delante un hermoso banco de madera construido con una sola pieza cortada de una secuoya. La persona que había formulado jocosamente esa pregunta sin respuesta era un amigo mío, casi 70 años mayor que yo, que había visto más cosas de las que la mayoría de nosotros tendría la suerte de ver en dos vidas. Él mismo había construido aquel banco (“un sitio sencillo para sentarse un rato”, en su humilde descripción) a partir de un árbol muy viejo que había caído durante una tormenta unos 30 años antes. Ese hombre había vivido muchísimo y dejado una obra extraordinariamente prolífica, pero era plenamente consciente de lo fugaz que es en realidad el tiempo de una vida. Cuando me encuentro ante un árbol con siglos de antigüedad, la escala temporal de la vida humana parece encogerse.

Desde que escuché esa pregunta por primera vez, le he dado vueltas prácticamente cada vez que he construido un instrumento. ¿Qué diría este árbol, esta guitarra, si pudiera hablar? Tratándose de especies de madera, muchas veces nos preguntamos dónde creció exactamente un árbol o qué diferencias hay entre árboles del mismo tipo que se han desarrollado en territorios distintos. Es divertido imaginar a dos árboles de pícea que han crecido en países vecinos y conversan en idiomas diferentes solo porque un topógrafo decidió trazar en un mapa una línea que dividía el paisaje. La realidad es que muchos árboles tienen un ciclo de vida tan radicalmente alejado del nuestro que el lugar en el que trazamos nuestras líneas no parece preocuparles en absoluto. Sin embargo, cada uno de esos árboles tiene una historia única que se revela en las líneas y espirales del veteado, y esas historias acaban entrelazadas en las guitarras que tanto amamos. Es inspirador apreciar que los instrumentos están construidos con árboles diferentes que tienen su propia experiencia individual. En una misma guitarra podemos encontrar maderas de los trópicos, de climas septentrionales; de Europa, Asia, Oceanía y las Américas. Incluso da la impresión de que el instrumento es como un espejo que refleja las variadas procedencias de sus intérpretes.

La guitarra se ha considerado un instrumento universal, y yo creo que eso tiene que ver con el hecho de que todos nosotros, como personas, tenemos una experiencia compartida y una curiosa necesidad de rodearnos de arte y música. Y digo curiosa porque, a primera vista, la música no parece un bien imprescindible. El alimento, el refugio y la protección son necesidades elementales obvias; servicios esenciales, para usar la terminología de nuestros días. Es lógico que gran parte de nuestro día a día se centre en satisfacer estas exigencias. Pero, cuando las experiencias de la vida desbordan los meros requisitos de sustento físico, ¿a dónde podemos acudir? En los momentos en los que intentamos dar algo de sentido a lo que sucede a nuestro alrededor, la eficiencia y la productividad ofrecen poco o ningún consuelo. Por ejemplo, las palabras no pueden expresar por sí solas la angustia por la pérdida prematura de un amigo. También son totalmente insuficientes para expresar una euforia desbocada. Ahí, el arte, la música y el factor humano de la experiencia de la vida dejan de ser lujos para convertirse en medios de supervivencia, en la divisa de la emoción. 

“La historia nos enseñará que, en tiempos tan tremendamente inciertos, las personas recurren al realismo de la creación musical para conectar con su familia, sus amigos, sus comunidades y sus propios pensamientos.”

Como instrumento, la guitarra acústica es un cómplice ideal para compartir nuestros relatos, ya que nos ofrece portabilidad, accesibilidad y una sencilla honestidad perfecta para la expresión directa e inmediata del espíritu humano. Es la antítesis del aislamiento de la realidad virtual. La guitarra puede ser una vía de conexión y un puntal en el que apoyar nuestra psique en una época de aparente crisis existencial. Por lo tanto, no debería sorprendernos que durante estas últimas semanas y meses la gente se haya lanzado a aprender a tocar la guitarra por sus propios medios, mientras el mundo intenta lidiar como puede con la incertidumbre a la que se enfrenta. 

Han pasado tantas cosas, y tan rápido, que casi no hemos tenido tiempo ni siquiera para asombrarnos. Incluso la forma en que asistimos a la música en directo se ha transformado. Una noche clara de abril en la que estábamos sentados alrededor de una hoguera en el jardín, un buen amigo que se dedica a tocar profesionalmente comentaba que, teniendo en cuenta que su trabajo se basa en grandes grupos de personas, no tenía muy claro cómo iban a ir las cosas en el futuro. Pero a pesar de los cambios en el marco de la música, ahí estábamos nosotros, comunicando con canciones lo que las palabras no podían transmitir adecuadamente. La historia nos enseñará que, en tiempos tan tremendamente inciertos, las personas recurren al realismo de la creación musical para conectar con su familia, sus amigos, sus comunidades y sus propios pensamientos. Y, en estos días insólitos, estamos asistiendo a un amplio y fresco renacimiento de la creatividad artística.

Aunque en ningún caso podíamos haber previsto las circunstancias actuales, nosotros ya llevábamos un tiempo trabajando en un proyecto de instrumento que ahora parece más pertinente de lo que era posible imaginar cuando lo pusimos en marcha. Nuestra nueva guitarra Grand Theatre, o GT para los amigos, se diseñó para ser la compañera perfecta y que puedas sostenerla, tocarla y expresarte fácilmente a través de ella. Quiere ser un instrumento inclusivo con una voz seductora tanto para los intérpretes experimentados como para los novatos y los que están entremedias. La idea es que sea una guitarra universal que te permita hacer música para tu propia satisfacción o para complacer a tu familia, a tus amigos, a propios y a extraños que solo lo son porque aún no les conoces. Es un instrumento hecho para que compartas tus canciones donde sea, en un escenario o alrededor de una hoguera, porque ahora son más necesarias que nunca. Esta guitarra está construida con madera maciza de varios árboles; algunos viejos, otros más jóvenes. Cuando contemplamos esas piezas de madera y nos preguntamos qué dirían si pudieran hablar, sabemos que no pueden hacerlo. Pero juntas, no hay duda de que saben cantar. Esperamos que disfrutes de estos instrumentos tanto como nosotros.

Andy Powers, Diseñador jefe

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Desde que escuché esa pregunta por primera vez, le he dado vueltas prácticamente cada vez que he construido un instrumento. ¿Qué diría este árbol, esta guitarra, si pudiera hablar? Tratándose de especies de madera, muchas veces nos preguntamos dónde creció exactamente un árbol o qué diferencias hay entre árboles del mismo tipo que se han desarrollado en territorios distintos. Es divertido imaginar a dos árboles de pícea que han crecido en países vecinos y conversan en idiomas diferentes solo porque un topógrafo decidió trazar en un mapa una línea que dividía el paisaje. La realidad es que muchos árboles tienen un ciclo de vida tan radicalmente alejado del nuestro que el lugar en el que trazamos nuestras líneas no parece preocuparles en absoluto. Sin embargo, cada uno de esos árboles tiene una historia única que se revela en las líneas y espirales del veteado, y esas historias acaban entrelazadas en las guitarras que tanto amamos. Es inspirador apreciar que los instrumentos están construidos con árboles diferentes que tienen su propia experiencia individual. En una misma guitarra podemos encontrar maderas de los trópicos, de climas septentrionales; de Europa, Asia, Oceanía y las Américas. Incluso da la impresión de que el instrumento es como un espejo que refleja las variadas procedencias de sus intérpretes.

“Aunque nuestras comunidades estén forzadas a separarse, el espíritu de creatividad de los músicos busca nuevos canales para viajar entre nosotros.”

“Aunque nuestras comunidades estén forzadas a separarse, el espíritu de creatividad de los músicos busca nuevos canales para viajar entre nosotros.”

Creando Nuevas Conexiones Musicales

Ya que creamos una vida entre estas comunidades los retos que forzó esta pandemia parecen particularmente discorde. El trabajo solitario en las fabricas puede continuar, pero las reuniones musicales que terminaron abruptamente, de manera obviamente necesaria, nos da una sensación de perdida. Se siente como si una aspiradora se tragó el propósito de los constructores de guitarras.

Ahora, como las comunidades están siendo forzadas a separase, el espíritu creativo de los músicos buscan nuevos canales para poder compartir sus creaciones. En todo el mundo los músicos están dándonos su arte que normalmente estaba reservado para los escenarios ahora desde sus habitaciones o salas, donde continúan emocionándonos con un sentido de propósito. Parece adecuado que esta gran ola de música nos conecte de una manera física sin estar presentes. Así como las olas que se revientan y siguen produciendo ondas.

“Necesitamos la comunidad de músicos hoy mas que nunca para tratar de encontrar el sentido del mundo que nos rodea actualmente.”

Como una narrativa de música y músicos. A través de la historia, la música fue usada para compartir historias, esperanza, tristezas miedos y sueños. Como escribió Gertrude Stein “El compuesto del arte es la vida, vida como es, pero la función del arte es hacer la vida mejor”

Nosotros necesitamos la comunidad de los músicos ahora mas que nunca mientras tratamos de darle sentido al mundo que nos rodea, así como lo hemos hecho durante muchos años en guerras y pandemias pasadas.
Un vistazo a al pasado no recuerda como los músicos siempre han podido comunicarse por cualquier medio. Tal vez no podamos reunirnos con una persona para escucharlo cantar y tocar, pero logramos disfrutarlo usando la última tecnología digital alrededor nuestro. Aunque tengamos muchísimas ganas de poder experimentar de nuevo el contacto humano y poder disfrutar de la música en vivo, podemos disfrutar de la música usando las plataformas modernas que están a nuestro alcance.

De hecho, empecé a dar la bienvenida (virtualmente) a una nueva comunidad en mi taller personal vía Instagram @andytaylorpowers. Este espacio es de donde salen las ideas que eventualmente se convierten en guitarras. Aunque no tengamos acceso a tener la experiencia tangible que es entrar a un taller de un lutier, espero que los videos que compartí “Andy Workshop” pueda abrirles una ventana hacia mi proceso creativo.

Durante este tiempo tan inusual, nosotros en Taylor estamos cosechando ideas creativas para afrontar estos momentos de adversidad. El shock de estos eventos pueden traer nuevas ideas más frescas para afrontar la situación. No me cabe duda que las guitarras que saldrán de estos momentos tan difíciles estarán en los mas altos niveles de construcción. Pueden estar seguros que pondremos todo el esfuerzo de nuestra parte para que los músicos del mundo tengan una oz y puedan seguir dándonos esas canciones que tanto necesitamos.

Andy Powers 
Maestro diseñador de guitarras.